Ir al principio del viaje
viene de Parte (II)
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Buen dilema, ¿Qué desayunamos? Arroz con arroz y más
arroz con un poco de salsa picante, pues no. Nos vamos a aventurar, café con
leche y unas tostadas con mantequilla y mermelada. El camarero tras un buen
rato hasta que nos enteramos, nos lo trajo. Lo siento (pienso yo), no estamos
en España, con lo que este será el café con leche y algo parecido a unas
tostadas, todo frío. Los nepalíes, al igual que otros muchos pueblos del mundo,
comen con la mano, con su sabroso Dal bhat (recordemos arroz con sopa de
lentejas, mezcla de pollo con verduras y varias salsas picantes de estas que
tienes que buscar desesperadamente un buen chorro de agua) y además son casi
las diez de la mañana. ¡Vaya estómago! Todo es cuestión de cultura y
costumbres.
Nos ponemos en marcha de nuevo, y el autobús arranca.
Junto a mi asiento iba una abuelita, de estas abuelitas auténticas de Nepal,
como las que encontramos todavía en muchos pueblos de España. Congenié con ella
y la plasmé en mi retina, recordándome siempre ese tramo del viaje.
El paisaje es espectacular. Verde, montañas y más
montañas y más verde. Las curvas se
hacen interminables. Hay que subir y bajar siempre más montañas. Los ríos van
cargados de agua (recuerdo que estamos en época de lluvia, del monzón) y bajan
una velocidad de vértigo.
Empiezo a ver algo con lo que siempre había soñado de
Nepal, las verticales terrazas de arroz
ubicadas en las laderas de las montañas. ¡Qué país más alucinante!
De vez en cuando quiero dar una cabezada, pero la
inquietud por no perderme el paisaje y los bruscos frenazos del autobús lo
hacen una misión imposible. Tras mucho traqueteo, baches y más de un susto,
sobre las cuatro de la tarde llegamos a Pokkara.
Nos recogió un taxi y nos acercó hacia nuestro hotel,
el Trekkers In, un buen hotel ubicado a muy pocos metros del lago. El personal
muy simpático y atento en todo momento. Buena limpieza, y la habitación con
unos grandes ventanales. Buen acierto.
Pokhara, a orillas del enorme y bello lago Fewa, Lugar
en donde los años setenta fue destino de hippies occidentales. Por su belleza,
tranquilidad y exotismo eligieron este
espectacular enclave. Además
es el lugar de donde se parte para realizar todas las
expediciones hacia el Himalaya. Igualmente es un lugar ideal para descansar
tras finalizar esas agotadoras jornadas de trekking.
Dejamos nuestras cosas en el hotel y rápidamente nos trasladamos a orillas del lago. Es tarde, con lo que, lo primero que hacemos es comer en uno de los restaurantes que había cerca del hotel, era una pizzería, tardaron, pero estaba buena.
Una vez finalizado empezamos a pasear por la orilla del lago en plan muy tranquilo y disfrutando del entorno. Lo hacemos siempre dirección norte, que es la parte más bonita. Un embarcadero nos da la posibilidad de alquilar una barca y navegar por el lago. Nosotros preferimos pasear.
Sin lugar a dudas, la zona del lago es eminentemente
turístico, quizás el mayor de todo Nepal. Muchos hoteles, restaurantes y
tiendas de suvenir.
Me imagino como
hubiera estado esto de turistas si no hubiera pasado lo del terremoto. Incluso
aun así, aquí si vemos algunos extranjeros, sobre todo muy jovenes, muchos de
ellos con pinta hippie.
En nuestro paseo por el lago hacemos una pequeña
parada en una agradable terraza con ambiente musical. Un lugar tranquilo, en
plan guiri, con vistas al lago. Dos cafés pedimos, ¡cómo se nota que por aquí
vienen muchos turistas! Buen café.
Seguimos paseando por la orilla del lago. Varios
chiringuitos con música en directo nos vamos encontrando a nuestro paso. Es una
zona para jóvenes, jóvenes occidentales algo hippies que andan descalzos e
incluso viste con prendas desaliñadas y algo descuidadas.
Por otra parte y mezclados con estos, la gente de la
ciudad pasea también por el lugar dándole si cabe más colorido a este entorno.
Estamos casi al final del lago, en donde aparece de nuevo la carretera. Hacemos
una parada para intercambiar algunas palabras con algunas de las mujeres, si
nos entendemos claro.
Son simpáticas a rabiar, siempre con una sonrisa en la
boca. Están acostumbrada al turismo, con lo que en más de una ocasión te
encuentras que detrás de la sonrisa está el ofrecimiento para comprarle algún
abalorio.
Intento hacerme una idea de cómo sería este lugar por aquellos
años setenta, sin turismo. La gente local extrañada de ver a esos grupos de
hippies y de aventureros. Hoy, el turismo ha invadido a este lugar, pero sin
lugar a dudas lo que no ha cambiado es su entorno, su paisaje y el majestuoso
lago Fewa. Una frondosa arboleda con un color verde intenso rodea a todo el
lago. Mires a donde mires te quedas maravillado de este entorno natural.
Cayendo la tarde, el cielo empieza a encapotarse. Los montes se reflejan en las
aguas cristalinas del lago. A lo lejos vemos otro grupo de mujeres con sus
indumentarias de colores llamativos.
Por otra parte, muchos aprovechan la caída de la tarde
para situarse en la orilla del lago y lanzar su sedal por si con un poco de
suerte algún pez pica. Con este bochorno, un grupo de fúfalos aprovechan para
refrescarse en las aguas del lago.
Nos vamos retirando del lago, y por uno de los
callejones laterales nos trasladamos hasta la calle principal, en donde se
encuentran muchas tiendas de suvenir.
Una vendedora ambulante se acerca hacia nosotros para vendernos
alguna piña. Va cargada, muy cargada, con un cesto de mimbre que lleva sujeto
por la frente. Nos tenemos que detener y ayudarla. Rápidamente descuelga su
enorme cesto, y nos dice que cuantas piñas queremos.
Una, solamente
una, nos la deja por 150 rupias, un precio caro, pero no nos importa no le vamos a regatear. ¿Cuántas piñas puede vender? ¿Cuánto tendrá que andar
para vender ese cesto completo? La muchacha nos lleva hacia el interior de un
portal (no entendemos el motivo, quizás para que nadie la vea que está
vendiendo, cosa raro en Nepal), nos la pela y nos la guarda en una bolsa. Antes
nos la da para probar, pero francamente, viendo las condiciones higiénicas del lugar
y del contexto, preferimos comerla cuando llegásemos al hotel.
Son casi las 19,30, hora de comer. Buscamos algún
sitio que nos pueda convencer. Increíble, estamos viendo un cartel grandote en
la puerta de un restaurante-chiringuito que pone “bueno, bonito y barato”. Nos
llamó la atención, así que le preguntamos, de donde había sacado ese cartel.
Nos contestó que hace ya algún tiempo unos españoles le sugirieron que lo
escribiera. Pues nada más que por eso, este sería nuestro lugar donde comer.
Muy barato, comimos pagando cada uno 200 rupias. El bar es muy pequeñito,
solamente cuatro o cinco mesas, prácticamente está en la calle. El baño junto a
la cocina, es muy rudimentario, un chorro de agua y poco más. La cocina con
cuatro paredes muy estrechas. Ahí está el padre de la chica (la que nos atendió
en un inglés bastante fluido) preparándonos la comida: dos sopas, una musaka y
un sándwich nepalí y la consabida
botella de agua. En la cocina una simple bombilla tenía que iluminar a tan deseoso ¿manjar? En
Nepal es normal que cada poco tiempo la luz se va, los cortes de corriente
eléctrica son muy habituales. Y como no podía ser menos también sucedido aquí.
Aquellas nubes que horas atrás estaban ennegreciendo
el cielo, empezaron a descargar, así que como pudimos y haciendo varias paradas
en las tiendas de suvenir poco a poco conseguimos llegar al hotel. Empapados,
sí, pero llegamos.
Día 5. Pokhara-Nayapul-Tikhedhunga
(Inicio trekking)
A las 6,30 ya estábamos desayunando, el típico
desayuno nepalí, y a las 7,30 habíamos quedado con nuestro porteador, nuestro
guía Shishir, el conductor y nosotros dos. Partimos con dirección hacia las
montañas del Himalaya, a Nayapul, a unos 40 km de Pokhara tardando una hora
aproximadamente en llegar.
Al salir de Pokhara ya pudimos ver uno de los picos
ocho miles de Nepal, el Anapurna con 8091 m de altura, ligeramente oculto entre
las nubes.
La carretera poco a poco va cogiendo altura y allá
abajo podemos ver a Pokhara con su inmenso lago.
La carretera en muchos tramos desaparece y se
convierte en una pista repleta de baches. Los adelantamientos son suicidas, a
pesar de que nuestro conductor está acostumbrado a estas carreteras, de vez en
cuando damos todos un sobresalto.
En Nayapul iniciáremos nuestro trekking de cuatros
días, en donde andaremos unos 50 km, unas 22 horas de pateo, y un desnivel de
subida de unos 2700 metros, y otros tantos de bajada. Podremos disfrutar de
excelentes vistas de varios picos del Himalaya como: el Anapurna (8091 m),
Dhaulaguiri (8167 m) y otros como el Anapurna sur (7219 m), el Fishtail (6993
m) siendo esta una cumbre sagrada para los nepalíes y que no se puede ascender,
el Himchuli (6441 m) y el Nilgiri (7061 m). Nos adentraremos por frondosos y
húmedos bosques de rododendros, conviviremos de cerca con gente local de la
zona, comeremos y prepararemos la comida con ellos…y todo esto ha sido posible
porque en la ruta estábamos nosotros solos, nos hemos hospedados nosotros solos
y hemos tenido la gran suerte de disfrutar en libertad nosotros solos.
Pero, también por momentos hemos sufrido lo nuestro.
Las sanguijuelas han sido nuestra gran pesadilla, estaban por todas partes, nos
agobiaban a montones en ruta, sobre todo por los bosques húmedos. En la cama,
en el baño…soñábamos con ellas. También hemos tenido que sufrir horas de
caminata en fuertes subidas bajo trombas de agua monzónica. Cortes de luz,
aventurarnos con el agua que bebíamos, una comida local manufacturada al igual
que hace siglos, ducharnos con agua fría o no ducharnos, lavarnos con un
barreño y un jarro, no respirar en muchas ocasiones para no ser invadido por
los malos olores de algunos baños, hacer nuestras necesidades a veces como
juegos malabares…pero sin lugar a dudas compensa todo esto. Su gente es
fantástica, amable, simpática…y un paisaje de ensueño. Esto es Nepal y estamos
en el Himalaya.
Nayapul (1025
m snm)-Tikhendunga: (1577 m snm), 550
metros de desnivel, 10 km, 5 horas (en plan muy tranquilo y disfrutando del
paisaje y su gente).
Nayapul, son de esos lugares que si no fuera porque es
el inicio del trekking, nadie lo pisaría. Pero son esos lugares que mantienen
su autenticidad, sin contaminación turística, en donde todos los personajes
trabajan con sus labores diarias, los niños juegan al aire libre, con
imaginación y sin importarle el valor del juguete.
Las calles, en muchos de sus tramos como en medio del
campo, sin asfaltar, con montoneras de piedras, de enseres. Es algo normal, la
gente no le presta atención a esos detalles, lo que importa es el ritmo diario
para llevar comida a sus casas. Algunos tenderetes se afaman para vender algo a
los trekkers: algún suvenir, algo de bebida o comida para el trekking,
cualquier cosa vale para llevar unas rupias a sus hogares.
A la salida del pueblo tenemos nuestro primer control,
en el que hay que presentar nuestros permisos y reserva con el correspondiente
pago, para iniciar el trekking. En ese documento tiene que constar la ruta a
realizar, duración, cantidad de personas con sus datos personales y
nacionalidad. Shishir ya se había encargado de realizar los correspondientes
permisos. Es imposible iniciar el trekking sin haber realizado estos trámites.
A la salida
del pueblo tendremos que avanzar por un pequeño sendero, en donde muchas veces
la malesa parece invadirnos. Algunos críos salen a nuestro encuentro para con
sus manos saludarnos, otros trabajan junto con sus padres en sus humildes casas
(algunas simplemente parcen cabañas).
Un fuerte ruido nos indica que estamos cerca del río. El agua corre velozmente proveniente de aquellas altas montañas del Himalaya. Un puente colgante, tipo tibetano, y nunca mejor dicho, tendrremos que atravesar. Se balalancea un poco, tiene su longitud, con lo que aprovechamos para inmortalizar el momento.
Tras poco más de media hora andando por una pista
junto al río Modi llegamos a Birethani, una pequeña aldea en donde tenemos que
presentar de nuevo nuestras correspondientes acreditaciones. La entrada a la
misma la haremos a través de puente de hierro decorado con cientos de banderitas
con los seis colores típicos de los nepalíes (deseo de buena suerte, salud…la
bienvenida al inicio del trekking)
Saliendo de la aldea, empezamos con una fuerte subida
en donde allá abajo vamos dejando el caudaloso río y empezamos a ver algunas verticales
cascadas.
Por fin, ya entramos en la zona protegida, Parque
Nacional del Anapurna. A partir de aquí se pueden realizar distintos trekking
que pueden ir desde un par de días hasta tres semanas (para ascender al
Anapurna). Nosotros con este de cuatro días nos daremos por satisfecho.
Tras la fuerte subida, haremos un pequeño descanso
para que nuestro porteador respire y porque no, también nosotros.
Al poco abandonaremos la pista, y por unos senderos
pasaremos junto algunas casas aisladas de gran belleza, y al igual, tendremos
que cruzar por otros puentes colgantes.
Según vamos andando, Rosa pega un grito. Algo tengo en
la pierna que me está picando, dice de forma angustiada. Me va corriendo por la
pierna, repite de forma alarmada. Hacemos una parada y se quita los pantalones.
Aparentemente no vemos nada por su interior, posiblemente sería una araña, pero
para estar más seguro se cambia de pantalones.
En algunas zonas, la frondosidad parece comernos el
terreno según avanzamos. Posiblemente en algunos de estos tramos le haya
saltado la araña (o lo que fuera) a Rosa.
Empezamos a ver las típicas plantaciones de arroz
ubicadas en verticales terrazas. Junto a ellas, algún grupo de casas y que para
llegar a ellas hay que atravesar el río, de nuevo por esos largos puentes
colgantes.Es posible que por ser el primer día, y no haber visto nunca este tipo de paisaje, lo estoy disfrutando por segundos. Sus puentes, sus casas, sus plantaciones…
A nuestro paso junto al río ya vemos algunos de los
lodges (casas donde dormir con infraestructuras básicas y repartidas por estos
paisajes) y que serán igualmente nuestros alojamientos en los próximos días.
Cuantas imágenes tenía guardadas en mi mente de tantos
reportajes que había visto sobre este país. Ahora lo estaba viviendo y
disfrutando en primera persona. ¡Qué importante es soñar, y esos sueños se
hagan realidad! Esto es justamente lo que está sucediendo ahora.
Tras otro buen rato andando y con algunas subidas y
bajadas, llegamos a otro logde, en el que los campesinos estaban trabajando
todos en sus plantaciones de arroz. Hacemos un alto, y aquí sentado bajo una
pequeña techumbre tomamos unos refrescos.
Allá abajo, los bueyes son tirados por su dueño,
mientras que las mujeres arrancan las ramillas de arroz.
Estas terrazas forman parte de cientos de hectáreas repartidas
por las laderas de las montañas y que han sido moldeado año tras año y todas a
mano y de forma totalmente artesanal.
Plantaciones de arroz en Sudame
Recolección
igual que hace siglos
Buey de
labranza preparando el terreno
Según andamos, no dejamos de escuchar un constante
ruido parecido al de las chicharras cuando hace mucho calor. Le pregunto a
Shishir que son, él me contesta un nombre raro que hasta este momento no sé a
qué se refería. Hace calor, mucho calor, es un calor húmedo que se pega al
cuerpo. De vez en cuando nos cruzamos con algún campesino que con sus aperos
viene o va a trabajar al campo.
Aquí el mejor y único transporte para acarrear
materiales, comida, butano de gas…son las mulas. Estamos en el último tramo de
nuestra ruta de hoy y para finalizar nos espera una prolongada y empinada
cuesta a base de escalones. Nos tenemos que apartar un poco, ya que un buen
número de burros están pasando en ese momento.
Ya hemos llegado a Tikhendunga, serían en torno a las
14 horas, justo la hora de la comida, pero antes nos muestran nuestra
habitación. Nos hospedamos en el Lodge laxmi guest house.
Una modesta habitación, con unos grandes ventanales y
unas fantásticas vistas. Nos muestran el ¿baño?, es lo que hay. La luz no
funciona, con lo que encendemos una pequeña vela que hay en una repisa, y ala a
ducharnos como podamos.
¿Que tenemos para comer?, casi lo de siempre. ¡Ea!
Pues vamos a repetir, cuatro Dal Bhat, eso comeremos en este acogedor saloncito,
el cual está lleno de banderitas, símbolos, pegatinas montañeras y de alguna
que otra expedición.
Es temprano, así que vamos a descansar un poco,
después daremos un paseo por la aldea y a las siete hemos quedado de nuevo para
cenar.
Pasado el lodge un puente colgante nos lleva hacia la
otra parte de la aldea. Abajo, dejamos una buena altura y una imponente
cascada. Es un bonito lugar.
Callejeamos un poco entre las casas y algunos
senderillos. Este lugar está encajonado entre una frondosa vegetación y
enclavado entre grandes paredes, salvando el desnivel del río.
Son
las siete, hora de comer, volvemos a nuestro lodge y allí miramos que podemos
comer. Mo-mo, esos ricos raviolis rellenos de verdura con pollo y una torta de
patata gratinada. Nos adentramos en la cocina y vemos como preparan los mo-mos,
él se afama con la torta de harina mientras que ella va rayando el queso de
yak.
Entretanto ellos preparan la comida nosotros nos
reunimos en su morada (esta es la ventaja de que no haya más viajeros, el
acercamiento es total).
El crío no suelta el mando de la tele ni a la de tres,
todos están embobados viendo una película nepalí, mientras que el buen olor de
la cocina llega hacia nosotros.
Buena
comida, una buena cerveza y a dormir. Sobre las nueve cortan la luz y la
obscuridad se adueñará de todo este lugar. Ya de madrugada escuchamos fuertes
tormentas que no dejan de descargar trombas y trombas de agua. Si hay que
levantarse a media noche para el servicio, ya sabemos: intuición y dirección
del olor.
Día 6. Tikhedhunga-Ghorepani
CONTINUA EN PARTE (IV)