Tras un largo día de viaje en el que salimos de Sevilla a la 1 de la madrugada con dirección a Madrid, y coger el avión hasta Bucarest, haciendo una escala en Praga. Llegaríamos a nuestro destino por fin a las 9 de la noche (hora local, una hora más que en España).
Como la visita a Bucarest la habíamos dejado para el final del viaje, habíamos reservado un hotel cerca del aeropuerto, con la idea de solo dormir y al día siguiente recoger el coche de alquiler que ya reservamos en el mismo aeropuerto, e iniciar nuestra ruta por Rumanía y algunas escapadas a Ucrania.
El hotel que reservamos es la residencia Dorina situado a unos 7 km del aeropuerto. La primera prueba de fuego que teníamos en Rumanía era el regateo para conseguir un taxi. Ya estaba bien informado que en Bucarest los taxistas son algo “ladronzuelos y espabilados”. Así que una vez en la salida del aeropuerto, y tras realizar el cambio de algunos Leis (moneda rumana), no lanzamos a la aventura.
Yo ya tenía una referencia de cuanto pagar aproximadamente por este trayecto, unos 5 o 6 €. En cualquier caso, era imprescindible llegar con el taxista a un acuerdo previo, o que pusiera el taxímetro en marcha.
¡Al ataqueeeeee¡. Se acercan los taxistas, y en un inglés “enrumanao” nos dicen que nos llevan 100 leis (26 €).
-¡Dónde vas, si solo está a siete kms¡, le contesto yo.
Yo hacía como si llevara en Rumanía toda la vida. No hay acuerdo. Ese taxista llama a otro, que nos lleva 15 €. Mucho todavía. Éste último nos indica que si queremos un taxi barato, bajemos hacia la Departure (salidas). ¿Nos habrán dicho la verdad o nos habrán quitado del medio?. Bajamos unos 300 metros, y un taxi que pasaba, le preguntamos. ¿Cuánto nos lleva hasta la Residencia Dorina? 30 leis (algo más de 6 €). Perfecto allá vamos.
El hotel estaba bien, pero en una zona de un polígono, por lo que estaba apartado de todo. De hecho salimos para tomar unas cervezas y no encontramos nada. Pero lo importante es que nos daba el avío para dormir y partir al día siguiente, y además cerca del aeropuerto.
Ya con el señor de recepción, que nos costó la propia vida comunicarnos con él, quedamos que al día siguiente nos llevaría a las ocho y media de la mañana al aeropuerto, cobrándonos como taxista 25 leis (poco más de 5 leis).
Ya a las 9,30 habíamos quedado en el aeropuerto para recoger el coche de alquiler.
Tras 13 días recorriendo Rumanía, de nuevo estamos en Bucarest. Llegamos ya casi cayendo la noche, procedentes de Brasov. Ya en España reservamos estas dos noches en la capital, el hotel Camelei será nuestro lugar de pernoctación, nos resultaba barato (52 € las dos noches). Ubicado muy cerca de la estación de trenes, y en una calle sin salida. La primera impresión que nos dio (la que tenía) fue nefasta, e incluso de algo de precaución. La calle prácticamente a obscuras, con varios perros ladrando y lanzándose hacia las ventanillas del coche. Muchos niños correteando, medio desnudos con unas simples zapatillas, varios adultos en forma de corro echando una partidas a las cartas, algunos con camisetas de tirantas y grandes tatuajes. Y las señoras, ¡que señoras ¡, a imaginar …..
Esto tenía toda la pinta de ser, o casi el barrio chino, o el lugar donde se trafica con lo que ya sabemos. No era de extrañar que el hotel tuviera cámaras de televisión, y aparcamiento propio (menos mal). Apuesto que más de uno ha llegado aquí y se ha largado. Para entrar en el hotel tuvimos que apartar a varios chiquillos que jugueteaban en los mismos escalones de la entrada.
No teníamos nada para cenar, así que salimos para comprar algo de bocatas y fruta.
Como cualquier zona cercana a una estación de trenes de cualquier capital del mundo (ya tenía bastante experiencia de estos lugares en muchas ciudades europeas), el ambiente no es precisamente bueno, y además la tiendas cierran bastante tarde (de hecho son casi las 11 de la noche). Así que controlando el terreno, compramos algo de papear y para el hotel, que mañana nos queda todo el día para visitar Bucarest.
Bucarest, la pequeña París del Este. Ciudad extraña, y sin aparente reclamo turístico. De hecho mucha gente viaja por Rumanía, y pasa por alto su Capital. Gran delito este.
Bucarest, es un lugar que merece la pena visitarse. No muchos días, pero al igual que nosotros hicimos, con un día intenso de mañana a noche es suficiente para contemplar bellos rincones, grandes avenidas, majestuosos edificios, grandiosas iglesias ortodoxas, un frondoso parque, y por supuesto como no, cenar en el mejor restaurante de toda Rumanía, y degustar sus exquisitos platos en un verdadero palacio declarado monumento histórico de más de un siglo de antigüedad.
Para empezar, el coche será indispensable que lo cojamos, por lo menos para desplazarnos a visitar algunas zonas de la ciudad. Aquí las grandes avenidas son kilométricas, y se tardaría horas para desplazarnos por la ciudad.
Lo primero que hacemos es ir para visitar el Arco del Triunfo ubicada en una de las grandes plazas, junto al parque y sus lagos. Erigido en 1922 en conmemoración de la victoria en la segunda Guerra Mundial.
Ya desde aquí nos desplazamos por la amplia avenida hasta la plaza Presei Liberee, un gran espacio dominado por el Palatul Presei Liberee, imponente edificio de estilo estalinista construido en 1950 para el órgano oficial del partido comunista.
Junto a él, el parcul Plumbuita, en el que nos podemos encontrar doce lagos artificiales, que a su vez actúa como un fuerte pulmón en el norte de Bucarest. Varios museos y bellos edificios nos podemos encontrar en su interior.
Pasear por el lago, es una cita casi obligada. La tranquilidad, el sosiego, solo queda interrumpido por los gritos de los niños al jugar.
De nuevo cogemos el coche para trasladarnos a la otra punta de la ciudad. Retornamos por la gran avenida hasta llegar a la imponente plaza de la Victoria, y desde aquí, ya acercándonos al centro, a la plaza Unirii, para visitar el, majestuoso, espectacular y grandioso Palacio de Ceausescu.
Es el mayor palacio del mundo, después del Pentágono, tiene la escalofriante medida de 270x240 m y 84 m de alto. En su interior hay 440 despachos entre salones de representación, de recepción y otros. Un enorme vestíbulo y misteriosos subterráneos que llevan a un bunker antinuclear.
Aquí ya dejamos el coche aparcado durante todo el día, y empezamos a recorrer toda la zona centro. En torno a la plaza Unirii y la plaza de la Universidad se concentra toda la zona comercial e histórica de la ciudad.
Hora de comer, vamos a trasladarnos al corazón histórico de Bucarest. Varias calles estrechas y siempre peatonales atiborradas de terrazas, restaurantes y cafeterías. La calle Lipscani es la arteria principal y que la cruza entre las dos grandes avenidas.
Cuando paseamos por ella, vamos desembocando en bellas plazas, donde siempre nos encontramos espectaculares edificios, muchos de ellos de la Banca rumana.
Entramos en uno de los muchos restaurantes, y pedimos unos platos algo originales, pero también, porque no decirlos escasos. Y por supuesto siempre acompañados de una buena cerveza rumana. Aquí los precios, ya se aproximan a los de una gran ciudad, pero siendo todavía baratos en comparación.
Hace muchísimo calor, así que unos cafés en esta refrescante terraza y a descansar un rato. Como dos buenos guiris contemplamos la gente al pasar: nativos, extranjeros y alguno que otro que va con algunas copas de más.
Frente a nosotros un quiosco que me trajo gratos recuerdo de ya hace años. Son los vendedores de unos coquis turcos, que al son de una música y con el toque de una campanilla se los sirven a los clientes. Bellos recuerdo de aquellos días por Estambul.
En la calle Stavropoleos, encontramos una de las iglesias ortodoxas más bellas de Bucarest, con elementos de estilo brancovino. Consagrada en 1724 por el monje griego Loaniche. Tiene un bonito pórtico de mármol.
Las grandes avenidas, no dejan de sorprendernos. Grandes centros comerciales, tiendas de ropa de marcas más que conocidas. Y mientras tanto en la calle vemos los trolebuses y tranvías aún circulando.
Bellos edificios entorno a la plaza de la Universidad, la plaza de la república: Museo nacional de arte, la biblioteca nacional rumana, el teatro nacional, y otros tantos majestuosos y bellos edificios.
En la calle Stavropoleos, se encuentra el mejor restaurante de Rumanía, y el más típico y famoso de Bucarest.
El Caru’cu Bere , inagurado en 1879 en estilo neogótico alemán. Era el punto de encuentro de intelectuales de la capital. Este edificio está declarado como monumento de interés histórico.
Son las 19 horas, nos acercamos para preguntar si hay que apuntarse para coger mesa. Varias chicas vestidas con trajes típico rumanos nos atienden, y a lo que nos contestan que sí, hay que apuntarse.
Nos dan un número, y nos dicen que por lo menos hasta las 22 horas no había mesa. Había un grupo de 200 personas que habían venido a un congreso en Bucarest, y tenían reserva.
A esto que una de las chicas que habla español, nos dijo que si queríamos comer ya lo podíamos hacer en una buena mesa de la terraza. Son 19,15 horas, es temprano, pero obviamente le dijimos que sí. No nos podíamos ir de Bucarest sin comer en este formidable lugar.
Como la carta nos la dan incluso con unas fotos de los platos, en forma de periódico. Pedimos un plato de “Mancare Traditionale din Bucovina” y “un Mancarea Lui Bucur”. Dos exquisitos platos, con dos estupendas cervezas rumanas.
Cuando terminamos de comer, entramos dentro del restaurante. Un verdadero museo. Un número casi incontable de camareros suben y bajan, salen y entran sin parar de atender a cientos de clientes.
Todo limpio, roza la brillantez. Esto es un verdadero palacio de la cocina. Los servicios parecían recién instalados, con todos los sistemas más avanzados de salida de agua. Todo mecanizado.
En el interior, una de las camareras, nos acompaña a una de las salas donde podemos degustar y comprar productos del restaurante, que casi en forma de souvenirs nos podemos llevar. Un lugar perfecto, un 10. Recomendable siempre.
Ya sobre las 20 horas recogimos el coche y nos fuimos para el hotel. Mañana teníamos que madrugar.
A las 6,30 teníamos que dejar el coche. El avión para Praga nos salía a las 8,20 horas.
La dejada del coche fue una verdadera pesadilla. Quedamos en dejarlo, en el parking de llegadas internacionales, pero un guarda de seguridad nos dijo que no se podía dejar. Le insistimos en el tema. Imposible. Nos enviaron a los aparcamientos donde están todas las casa de alquiler de coches, pero estaban todos menos el nuestro (el peor, sin dudas, empresa Autonomon). De aquí nos dijeron que esa empresa los tenía a un km del aeropuerto (no me lo podía creer). Rosa preguntó en unas oficinas cercanas, incluso llamaron por teléfono, pero no se sabía donde dejar el coche. No me veía andando para atrás un km por carretera y maletas. El tiempo pasa y tenemos que facturar para Praga. Empecé a cabrearme. Y me dije “lo dejo en cualquier sitio, voy a la oficina y que ellos lo retiren”. Así lo hago, junto al parking de salidas internacionales lo dejo, y un policía viene corriendo y me dice que allí no lo puedo dejar. El tiempo pasaba y yo cada vez más cabreado, así que entre inglés-rumano-español-ruso-sueco-y lenguaje de cabreo le dije que sí, que ahí lo dejaba, y en diez minutos vendrían a recogerlo los de la oficina.
Subimos corriendo a la oficina de alquiler que estaba en llegadas internacionales (la suerte es que el aeropuerto no es grande y estaba cerca las llegadas y salidas) y con cara de cabreo le dije que fueran a recogerlos ellos. Y si no, que pusieran un lugar donde dejar los coches. Casi 45 minutos en todo este follón, así que con el tiempo justo nos fuimos a facturar y ya dentro de la puerta de embarque por fin pudimos tomar un cafelito calentito y tranquilos. A las 8,20 partimos para Praga después para Madrid, y por fin llegamos a Sevilla a las 4 de la madrugada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario