Viaje por
la India (Agosto/14)
Hablar de la India, a primera vista es un tanto
difícil. Es todo tan distinto al mundo occidental: su cultura, su religión, su
concepción de vida, sus tradiciones... Lo que allí es normal, aquí en occidente
nos parece chocante, inentendible y difícil de creer. Ese es justamente el
encanto de la India, que todo es diferente a lo que conocemos de nuestra cultura
occidental.
Desde el primer momento que pisamos
tierra hindú, entramos en un mundo distinto de colores, sabores, olores y por
desgracia también de muchas imágenes difícil de olvidar. Ya lo sé, hay quien va
por primera vez a la India y sale huyendo, y hay quien va, una y otra vez y
repite todos los años. ¿Por qué?, ¿Cómo puede ser eso?; todo depende de la
concepción receptiva de cada persona.
Cuando planteé ir a este viaje, en mi
cabeza empiezan a rondar cientos de preguntas: vacunas, enfermedades, comida,
agua…casi todo el que va a la India cae enfermo, o eso es lo que se dice. Por
otra parte hay muchos alicientes que nos atrae: templos, gente, colores,
religión, fuertes, tradiciones… Así que una vez pensado y estudiado todo eso,
se toma la decisión. India es un país que impacta, para bien o para mal, eso
dependerá de la persona, pero lo que sí está claro es que la India no debería
ser un primer destino si no se está acostumbrado a viajar por países “podíamos
llamar exóticos”.
La India es un país barato, muy barato. Uno podría
comer por algo más de un euro y dormir
por poco menos de 10 €. Pero claro, ¿todo el mundo que va a la India eso es lo
que gasta en dormir y comer? Evidentemente no. En general las condiciones
higiénicas son muy precarias, y es un factor a tener muy en cuenta cuando se
viaja a la India. Uno le gustaría comer todos los días en puestos callejeros aun
sabiendo el riesgo que corre. Solo hay que ojear las condiciones de la comida,
donde la hacen, envases, recipientes y lo que lo rodea. Uno piensa, si como
aquí, mañana voy al hospital de cabeza. Yo personalmente en ningún momento he
querido tentar a la suerte y siempre comí en restaurantes buenos, prácticamente
todos ubicados en hoteles de buena reputación. En general los precios rondan en
torno a 4 o 6 € por una comida aceptable y rica, como por ejemplo mis
favoritas: Tandoori Aloo, Keshri Malai,
Panner, Cheesee Naan, Shahi Panner.
Y de beber, si no se quiere ni agua ni
refrescos, podemos tomar cervezas que hay que pagar bien, ya que en la india el
alcohol está prohibido. Solo la podemos encontrar en restaurantes para
“europeos” y el precio rondan entre los 3 y 4 € por un envase de casi tres cuartos. Así que mi media en comida rondaba los siete u ocho
euros. Quede como anécdota, que paseando por Varanasi buscaba un restaurante
recomendado por un libro de viajes, este estaba en obras, así que busqué otro,
no daba con ninguno que me diese garantía. Al final entré en uno y me tomé dos
cervezas y una bolsa de patatas fritas. Lo que no entra por los ojos nunca se
debe comer.
Por supuesto, sobra decir, que el agua
siempre embotellada, evitar comer frutas sin lavar o sin pelar, y evitar las verduras crudas.
Siempre hervidas y cuanto más caliente mejor. Puedo decir que de los 17 días
que estuve en la India no caí ni un día malo, y eso ya es raro, ni tan siquiera
la típica diarrea del viajero. Es más, al cepillarme los dientes siempre me
enjuagué con agua embotellada. La alimentación no debe ser una obsesión pero si
siempre una precaución.
Dormir es muy variado y de muchos precios, desde los
guest house, casas compartidas, y algunas habitaciones, hasta los más lujosos
hoteles. Pueden ir desde los 5 € por noche hasta más de 200 €. Cada uno debe de
decidir dónde quiere dormir dependiendo de su poder adquisitivo, gusto o
comodidad. Los más baratos muchas veces no disponen de baño propio, sin
mosquiteras (riesgo de la picadura de algún mosquito extraño), sin ventiladores
(en la India el calor húmedo es tremendo, se empapa el cuerpo), con algunos
“bichitos” cercano a las camas... y a
veces las condiciones higiénicas en general son muy dudosa. Lo normal es que estén ubicados en el mismo
centro de la ciudad. Yo en mi caso dormí en hoteles de clase media (todos
bastante bien), incluso en algún Heritage (edificios históricos convertidos en
hoteles). Todos con restaurantes propios y generalmente ubicados en las afueras
de la ciudad. La media rondaría entre los 20 y 30 € por noche.
En cuanto a las vacunas, he de decir que
para ir a la India no hay ninguna vacuna obligatoria, aunque si algunas
recomendadas. Yo cogí cita con sanidad exterior (un mes antes de partir) e hice
caso a las recomendaciones que me hizo el médico. Las que en mi caso me puse
fueron la anti tifoidea, cólera y tétanos. Omití la de la hepatitis y la
malaria, ya que esta última tenía muchas contraindicaciones, y por
recomendación del médico, no era tanto el riesgo que se corría como para acarrear
esas contraindicaciones.
La cultura de las castas está muy arraigada en la
estructura social de la India, aunque no contemplada legalmente en su
constitución. Cuanto más rural sea el lugar, más enraizado está dicha
tradición. Los hindúes pueden nacer en una de estas cuatro castas: brahmán
(sacerdotes), chatria (guerreros),
vaishya (comerciantes) y sudra (campesinos). De acuerdo con la leyenda
de la creación, los brahmanes nacieron de la boca de Brahma, los chatrias de
los brazos, los vaishya de los muslos y los sudras de los pies. Por debajo de
estas castas están los dalit
(intocables) cuya vida es la más servil de todas.
La religión mayoritaria es el hinduismo
con un 82%. Otro 10% de musulmanes y el resto repartido entre budistas,
jaimistas, sijismo y cristianos. Uno de
los signos más venerados en la india es el mantra (palabra o sílaba sagrada)
Om, pronunciada “aum”.
Tras haber recorrido un total de unos 2500 km por
los estados del Rajasthan (hasta casi la frontera con Pakistan), del Uttar Pradesh y de
Delhi, he podido comprobar que hay que tener varias cuestiones en cuenta
antes de lanzarse a esta trepidante aventura: tener mucha paciencia y llevar
consigo todos los dioses de la buena suerte. Conducir en la India es otra
historia, y cuanto antes se aprenda esto, mejor lo llevaremos. Hay que
olvidarse de nuestro querido mundo occidental. Aquí todo funciona con las
escasas señales de tráfico, los adelantamientos anárquicos, la autoridad de los
pitidos, el no atropellar a las vacas cuando se atraviesan…y aunque parezca que
ese será nuestro último trayecto antes de fallecer en un accidente de tráfico,
siempre lo maniobran de tal modo que salimos sin un solo roce, aunque con más
de un susto. Nosotros éramos un grupito de 18 viajeros procedentes de varios
puntos de España, sobre todo madrileños, vascos y catalanes; yo era el único
andaluz. Gran parte del trayecto lo hicimos en autobús, yo siempre me sentaba
en la parte delantera, con lo que presenciaba todos los sobresaltos, y que
fueron muchos, que kilómetro tras kilómetro se iban produciendo. Adelantar, uno realmente adelanta no cuando
puede, sino cuando quiere, y cuando de frente parece que nos la vamos a pegar,
suenan los pitidos de los claxon con mayor intensidad, el acompañante del
vehículo saca la mano por la ventanilla indicando que se eche para el lado, y
en cuestión de milésimas de segundos los dioses que siempre nos acompañan nos
siguen mostrando el camino de frente. Por nuestra parte los frenazos son casi
constante al igual que la desaceleración, ya que estos son dos buenos
medicamentos para no pegarnos con el que viene de frente. Peor es cuando las vacas atraviesan la
carretera o simplemente están tumbadas, unos y otros en ambos sentido las
intentan esquivar. Y además lo más curioso es que esto lo podemos vivir cuando
circulamos por ¿autopistas? donde hay que pagar un pequeño peaje.
Hay que disfrutar del paisaje, del
colorido, de la gente, y tiempo tendremos, ya que los itinerarios se hacen
largos. Calcular una media de 70 km/hora, con lo que entre paradas y paradas
contar como mínimo de cuatro a cinco horas diarias en cada trayecto. Si hablamos del tren, la paciencia
tiene que ser aún mayor. Difícilmente saldrá a su hora, e imposible que llegue
a su hora prevista. Nosotros hicimos dos trayectos en tren por la noche y
durmiendo en un vagón con literas: Agra-Varanasi y Varanasi-Delhi, en ambos
salimos con una hora de retraso y la llegada en el primero una hora y media
después y en el segundo con cinco horas de retraso. Esto es la India y así
funciona, con lo que es cuestión de hacerse a la idea cuanto antes mejor.
Si hablamos del transporte local de las ciudades,
hablamos de un verdadero caos que sin darse cuenta funciona bien (para ellos,
claro). Pensemos, imaginémonos; una calle relativamente estrecha donde circulan
a gran velocidad decenas de motos, los autorickshaws (tuc-tuc) esquivan a las miles de personas que andan en
ambos sentido, las bicicletas en muchas ocasiones cargadas con familia al
completo maniobran bruscamente para no caer, los ciclorickshaws que conducen a
escasa velocidad sortean a las muchas vacas tumbadas en las orillas de la
calle; y a todo esto los claxon suenan al unísono para pedir paso en este caos
circulatorio. Muchas veces resulta estresante, pero de nuevo debo de recordar
que esto es la India y funciona así.El regateo y las propinas, dos palabras a las que hay que prestar mucha atención, ambas forman parte de la idiosincrasia hindú. El regateo es de uso normal y así lo tenemos que entender, a pesar de que hay gente que no les gusta, le resulta incómodo o incluso les resulte desesperante; forma parte de su cultura y por lo tanto siempre hay que regatear. De entrada, cualquier precio que nos diga, seguro que lo podremos conseguir por la mitad o incluso por menos, eso dependerá de nuestra destreza y de la paciencia que tengamos. A veces si queremos conseguir algo en lo que estamos muy interesado nos puede llevar incluso más de una hora. Aunque no existe ninguna clave, si voy a dar pistas de cómo podemos conseguir un buen precio. Si ellos nos piden 100, ya sabemos que nosotros tenemos que llegar como máximo a 50. Nosotros diremos que es carísimo con lo que ellos nos dirán que pongamos nosotros un precio. Diremos 40, imposible dirán ellos demasiado barato, ellos empezaran a bajar: 90, 80. Nosotros mantendremos los 40 de momento, más adelante subiremos, pero de momento dejamos que ellos sigan bajando. Cuando ellos van por 70, es nuestro momento de subir a 45, para que vean que seguimos interesado. Parecerá que no hay entendimiento, así que hacemos como que nos vamos. Si el sigue con el regateo (seguro que sí) nos buscará o llamará para encontrar una cantidad media, él posiblemente bajará a 60, y tú en un último intento de “sacrificio” le das la última contraoferta, precio final 50. La última parte es quizás la peor, pero al final casi siempre lo conseguimos, y además ellos lo saben. Extrañados se quedarían si no hubiese regateo y se admitiese el primer precio que se dijera.
Las propinas, a veces se convierten en una
verdadera pesadilla. Es cierto que ellos siempre esperan una propina, pero
muchas veces ¿a cambio de qué? Entrar en los servicios, en restaurantes, guarda
zapatos…Llega un momento en que tienes que cortar, porque si no, las rupias
vuelan y vuelan de tanta propina y al final, solo darlas si crees que el
servicio que te han dado ha sido satisfactorio y además mantenerse firme, a
pesar de que ellos insistirán e insistirán. En los restaurantes muchas veces te
incluyen las propinas camuflada como algún impuesto local. Mirar bien las
facturas y que expliquen que partidas de pagos son, y si la propina no estaba
incluida y si crees que el servicio, lugar etc. ha sido bueno se puede dejar un
10% del total.
Corría el verano del año 2014 cuando organicé
para viajar yo solo en el mes de agosto por Serbia y Kosovo (ya en el mes de
julio, Rosa y yo hicimos un recorrido por el sur de Finlandia y las repúblicas
bálticas) cuando recibí el folleto del “club Marco Polo”, ojeé los viajes y consulté
el de la India, vi el precio, el programa, itinerario, hoteles…Y empecé a indagar
en internet cuanto me saldría ese viaje si yo lo hiciera por mi cuenta y solo.
Miré los vuelos, el precio de cada uno de los hoteles que estaba contemplado en
el itinerario, y el resto del viaje. Rápido llegué a la conclusión de que me
saldría mejor de precio si me apuntaba al club. Así fue, era el único sevillano
que partiría para Delhi, vía Estambul, ya allí nos dimos cita el grupo de 18
compañeros de viaje.
La moneda oficial de la India es la
Rupia y en el momento de realizar este viaje, el cambio de moneda estaba a 1 € = 80 rupias. Por otra parte debo
de recordar que el horario en la India son tres horas y media más que en
España. Para los españoles además del pasaporte hace falta un visado que se tendrá
que solicitar tras rellenar un formulario vía internet, el precio está en torno
a los 70 €.
Ojeando el libro de Lonely Planet de la editorial
Planeta S.A, leí un párrafo en el que de forma muy resumida dejaba claro lo
difícil que llega a ser describir este país, sencillamente porque cada uno
tendrá su propia visión, y sin lugar a dudas es un país que cala en lo más
profundo de cada persona.
“Desde
un punto de vista personal, India será lo que cada uno quiera de ella. No es un
país que uno se limita a ver; es un asalto a los sentidos, un viaje imposible
de definir porque es radicalmente distinto para cada cual. Sin embargo hay una
cosa segura: se vaya donde se vaya, y se haga lo que se haga, es un lugar que
jamás se olvidará.”
Itinerario
Día 1 Madrid-Estambul-Delhi
Dormir: hotel Hams
Día 2 Delhi-Navalgarh-Mandawua
Dormir: Desert Resort
Día 3 Mandawua-Dundold-Bikaner
Dormir: Gaj Kesari
Día 4 Bikaner-Deshnok (templo de las
ratas)-Ramdevra-Jaisalmer Dormir:
Heritage Inn
Día 5 Jaisalmer-desierto del Thar-Jaisalmer Dormir: Heritage Inn
Día 6 Jaisalmer-Jodhpur-Mandore-Jodhpur Dormir: Shreeram International
Día 7
Jodhpur-Ranakpur (templo Jaimista)-Udaipur Dormir: Paras Mahal
Día 8 Udaipur Dormir: Paras Mahal
Día 9 Udaipur-Pushkar
(templo hindú) Dormir:
Pushkar Resort
Día 10 Pushkar-Ajmer-Jaipur Dormir: Mandava Haveli
Día 11 Jaipur-fuerte Amber-Jaipur Dormir: Mandava Haveli
Día 12 Jaipur-fatehpur Sikri-Agra Dormir: Mansingh Palace
Día 13 Agra (Taj Mahal)-Varanasi Dormir: tren Agra-Varanasi
Día 14 Varanasi (Ganges) Dormir: Hindustam international
Día 15 Varanasi-Sarnah (templo budista)-Varanasi-Delhi Dormir: tren Varanasi-Delhi
Día 16 - -Delhi (Templo dorado, templo Singh) Dormir: hotel Hams
Día 17
Delhi-Estambul-Madrid
Recorrido por el Estado del Rajasthan
Recorrido por el Estado del Uttar Pradesh
Día 1. Madrid-Estambul-Delhi
El vuelo desde Madrid a Estambul estaba previsto para el día 14 de agosto a las 12,25 A.M con la compañía Turkish Airlines. Así que un par de horas antes ya estaba en el aeropuerto para realizar la facturación. Como cada uno de los miembros del grupo viajaría por libre hasta llegar a Delhi, pensé que ya en Madrid encontraría algún otro compañero, ya que otros cinco participantes partían también de este mismo lugar. No fue el caso.
Como a
Delhi llegaríamos de madrugada, pensé en cambiar algunos euros en el
aeropuerto, aun sabiendo que no era muy ventajoso, de hecho lo cambié a 1 €=66
rupias, pero por lo menos llevaría algo de cambio. Así que solo cambié 50 €.
Cosa que no aconsejo, porque al llegar a Delhi, aunque era de madrugada las
oficinas de cambio estaban abierta. Así que tras dar vueltas y vueltas por el
aeropuerto, por fin partimos hacia Estambul, llegando a las 17,20 (una hora más
que en España). De Estambul a Delhi partiría a las 19,55, con lo que tendría
algo más de dos horas para seguir dando vueltas por el aeropuerto de Estambul. Aquí ya contacté con una familia de cuatro
miembros que venían de Barcelona y otros dos muchachos de Madrid, con los que
estuve charlando con ellos hasta coger nuestro avión con destino a Delhi.
Con un trato exquisito y una buena comilona por parte
de la aerolínea turca, llegamos al aeropuerto de Delhi a las 4,20 de la
madrugada, ya hora local (tres horas y media más que en España). El control
fronterizo fue muy riguroso, en el que había que rellenar un formulario para
entregar junto con el pasaporte y el visado.
Ya a la salida del aeropuerto, teníamos indicado donde
nos teníamos que reunir con nuestro guía. Así que los doce participantes
provenientes de Estambul nos vimos allí (otros seis miembros partieron de
Bilbao, vía Bruselas, con lo que ellos ya llevaban varias horas en Delhi).
La llegada no fue lo suficientemente buena que
nosotros hubiéramos deseado, ya que a una de las compañeras de viaje le
perdieron su equipaje. Tras una hora y media intentando resolver el problema,
ella se quedó sin su maleta; en algún lugar del trayecto desde que partimos de
Madrid se había extraviado. Menos mal
que viajaba con otra compañera, y ésta la fue abasteciendo de ropa hasta que su
maleta se la entregaron después de una semana de viaje.
El reloj ya marcaba las seis pasada cuando abandonamos
el aeropuerto.
Todo lo que veía a mí alrededor me resultaba impactante: su gente, sus vestimentas, su forma de actuar, el tráfico… el caos. Seguro que sería un viaje trepidante, eso fue lo primero que pensé.
Un autobús nos estaba esperando, y éste sería el que nos llevaría durante todo el recorrido que haríamos por la India.
El aeropuerto internacional Indira Gandhi se encuentra a una hora aproximadamente del centro. Ya esas horas de la mañana se veía un intenso tráfico por las calles y un trasiego de gente que se movía de un sitio hacia otro.
Uno ha visto ciento de fotos y de reportajes sobre la india, y siempre intentamos hacernos una idea de cómo es todo esto, pero ahora ya lo estoy viviendo en primera persona y en vivo y en directo.
Mirando por la ventanilla del autobús contemplo mis primeras imágenes de espanto: decenas de personas dormitan tirados en las calles, junto a ellas, montoneras de basuras apiñadas, y al lado, los puestos callejeros de comida rápida, en donde las vacas comen placenteramente entre las basuras.
Muchos niños medio desnudos corretean por las calles y aprovechan nuestra parada en los semáforos para acercarse al autobús y pedirnos algo de dinero.
Sobre las siete y media llegamos a nuestro hotel, un
buen hotel para turistas europeos. Tras pasar el correspondiente arco de
seguridad, hicimos el check-in, el tiempo justo para desayunar, ducharnos y a
las nueve quedamos para partir hacia la localidad de Mandawua.
Día 2. Delhi-Navalgarh-Mandawua
Salimos de Delhi con dirección noroeste,
afortunadamente hoy es fiesta y el tráfico no es tan intenso como en un día
laborable.
Tras salir de esta gran metrópoli, cogemos una
¿autopista? en la cual tendremos que pagar un pequeño peaje; además en la India
cuando se pasa de un estado a otro hay que pagar una cantidad de rupias, así que cuando
entramos en el estado del Rajasthan el autobús se detiene en un lado de la
carretera (sin inquietarle donde deja el vehículo y el posible accidente que
puede causar) y nuestro ayudante del
conductor se baja y abona el correspondiente tributo. Cuando vi la casetilla
donde se pagaba y la poca cola que había, pensé ¡cómo es posible que con tanto
tráfico, solo nosotros y algunos pocos se hayan detenido para abonar este
tributo. Yo siendo extranjero y viajando solo como podría saber que sin control ninguno en la carretera, esta casetilla
es para pagar esa tasa, que aunque es
insignificante, oficialmente hay que tributar ¿?!
Según avanzamos por la carretera no deja de impactarnos este
nuevo mundo, que tras una secuencia de imagenes nos sorprende a cada paso. Como
ya comenté anteriormente, conducir en la India es toda una aventura, hay que
esquivar todo tipo de adversidades que nos iremos encontrando en el camino.
Tendremos que
recorrer un total de 240 km hasta llegar a Mandawua, eso serán unas cinco horas
con parada incluida para comer. Así que tendremos tiempo para disfrutar del
ambiente de los poblados por los que pasaremos y sobresaltarnos en más de una
ocasión.
La autopista
llega un momento en que parece desaparecer y el conductor nos tira por medio de
unas aldeas, en donde la carretera se convierte en una pista de tierra, en
muchos tramos casi inundados. Es mas, incluso en algún momento se plantea si
por ahí podremos pasar.
A base de
muchas maniobras y con la gran destreza de nuestro conductor pudimos avanzar.
Durante todo
este tramo son muchos los pastores que podemos ver con sus ganados, en donde
las vacas parecen lanzarse a nuestro autobús.
Los
tractores, camionetas y vehículos pequeños van cargados de gente hasta los
topes, aprovechan hasta el más mínimo hueco para que alguien se pueda montar.
Los pitidos,
frenazos y volantazos son base indispensable en la forma de conducir; todos
quieren pasar al mismo tiempo, con lo que en muchas ocasiones los peatones que
circulan junto al borde de la carretera están en constante peligro.
Ya que estamos en la india, podríamos creer en la reencarnación
(es una broma), es un buen antídoto para cuando nos encontramos un camión de
frente, vacas tumbadas en la carretera y algunos que adelantan por la mediana y
por los márgenes de la carretera, echando cuenta poco espacio queda para
adelantar bien, pero no os preocupéis que al final no sé cómo, pero siempre se
pasa.
Se dice que los africanos son anárquicos conduciendo,
en algunos lugares de Centroamérica pueden parecer suicidas, pero los
conductores indios no tienen todavía adjudicado ningún adjetivo calificativo,
se está intentando encontrar uno que explique esa forma de conducir.
He de recordar que en India se circula por la izquierda,
por lo que el inminente accidente parece tenerlo aún más cerca.
Ya cerca de Mandawua, visitaremos la región de Shekhawati,
antigua ruta comercial de las caravanas de camellos y famosa por sus havelis
(palabra usada para las mansiones privadas con una típica arquitectura
peculiar, procedente posiblemente de la cultura musulmana). De toda esta zona
visitaremos Mandawua, Dundlod y Nawalgargh. Para ello empezaremos por esta última.
A escasos kilómetros de Mandawua y ya siendo media
tarde llegamos a la ciudad de Nawalgargh. Un curioso lugar poco turístico y del que somos el
centro de atención de todos sus habitantes.
Entre
sus lugares de interés destaca su fortaleza edificada en el año 1837 y cuenta
igualmente con unos preciosos havelis, famosos por sus frescos; sobre todo el
Anand lai Padkar.
Recien entrados en este país y siendo nuestro primer lugar visitado, todo nos parece asombroso y espectacular. Entramos dentro de un haveli, del cual nos impresionan sus pinturas del exterior, aunque parcialmente deterioradas en algunas zonas de las paredes. Según nos explico nuestro guía estos palacetes son de ricos hindús que viven en otras capitales y que dejan que familias enteras vivan en él y al vez lo mantengan.
Es una pena ver cómo estas maravillas arquitectónicas
con el tiempo es posible que terminen deterioradas.
Tengo curiosidad y le pregunto a nuestro guía que por
qué no plantea el gobierno comprar estas propiedades y declararla como bien de
interés nacional. Su respuesta, entonces tendría que comprar gran parte del
país y el gobierno tiene otras prioridades: la educación y el que toda la
población hindú pueda comer.
Entramos en cada uno de sus habitáculos, algunos de
ellos forman parte de donde las familias viven, y podemos disfrutar de los
coloridos y formas de las pinturas.
A parte de pagar una pequeña entrada, generalmente se
les suele dejar una propina a la familia, para de algún modo ayudarles con el
mantenimiento.
Subimos a la parte de arriba y pasamos a unas terrazas de las que podemos disfrutar de unas excelentes vistas de esta pequeña ciudad.
En el interior
del haveli, un patio central rodeado por varios arcos bastante bien conservados
y decorados con pinturas de colores vivos donde representan escenas religiosas,
costumbristas y florales. Generalmente de este patio central solo disfrutaban
la familia adinerada que vivía en dicho haveli, mientras el patio de la entrada
era para recibir a los comerciantes.
La
disposición arquitectónica de estas casas aprovecha la posible corriente del
aire y ofrece la menor superficie al sol.
Aunque los havelis pueden ser algo modestos, generalmente son sinónimo de palacete perteneciente a la alta burguesía comercial.
Abandonamos ya este haveli y damos un paseo por las
calles de Navalgarh. A nuestro paso la gente no deja de observarnos y los
chiquillos corretean alrededor nuestro.
Los tuc tuc corren a gran velocidad por estas
callejuelas estrechas y algunas señoras
se tapan la cara cuando pasan junto a nosotros.
Un par de críos se acercan a nosotros para hacernos de
guía, no se despegan, a pesar de que nosotros de forma insistente le decimos
que “no”.
Tras una hora y media recorriendo este curioso lugar, poco a poco nos vamos dirigiendo hacia nuestro autobús, sin antes dejar de asaltarnos a nuestro paso varios críos con la intención de vendernos algún suvenirs.
Ya
avanzada la tarde llegamos a Mandawua, un bonito resort nos estaba esperando.
Aquí nos hicieron todos los honores de bienvenida y en él nos alojamos.
El
hotel distribuido en varias zonas muy bien decoradas, nos recuerda a antiguas
viviendas construidas en adobe.
Día 3. Mandawua-Dundlod-Bikaner
Tras una buena comilona de la noche anterior realizada en el mismo hotel, y sin estar acostumbrado todavía a tanto picante; por la mañana me levanté temprano y di una vuelta por los alrededores del hotel.
Estaba superbién, con una exquisita decoración y muy
bien cuidado. Lo primero que me sorprendió fue unas pocas de ardillas
correteando entre las mesas de la terraza. Un buen desayuno rico y abundante y
a las 8,30 partimos hacia Mandawua
para visitarlo.
Dejamos atrás nuestro hotel, y a poca distancia de
nuevo aparcamos el autobús para perdernos por este hermoso lugar plagado de
havelis, en donde las mujeres visten con unas coloridas indumentarias.
Los críos corretean hacia nosotros para vendernos
algunos objetos realizados por ellos, mientras algunas señoras, ellas muy
preparadas con sus vestimentas, hacen de reclamo para que las fotografiemos a
cambio de unas rupias.
Casi
abandonado a su suerte, este lugar tiene algo de mágico y a la vez de
desilusionante. Uno piensa como sería este lugar hace decenas de años con
havelis relucientes y bien cuidados. Ahora por desgracia, quitando alguno bien
conservado, otros han quedado casi en ruinas, olvidados a través del tiempo.
Paseamos
por sus calles, y casi a pocos metros a ambos lados de la misma, las pinturas
en las paredes en nuestra vista permanente.
Hasta hace muy poco tiempo, las calles estaban sin
asfaltar, todas de tierra y que cuando algo llovía se convertía en un verdadero
barrizal.
Entre
tantas obras de arte los desconchones borran parte de ellas; las paredes en
algunas zonas parecen caerse.
Cuando las señoras pasan por sus fachadas, éstas
ataviadas con prendas de colores vivos: amarillos, rojizos, anaranjados… uno
intenta remontarse tiempo atrás e intentar imaginar que contrastes de colores
con esos havelis detrás… pero ahora por desgracia, vemos muchos de ellos
totalmente deteriorados; y es una pena que con el tiempo tiendan a desaparecer.
Por
suerte queda alguno bien conservado como el Bassiddar Newatta haveli, el cual
tiene unas fantásticas pinturas en la
parte exterior del muro.
A no muchos kilómetros de distancia nos dirigimos hacia nuestro último destino en la región de shekwati, Dundlod.
Lo
primero que nos llama la atención en esta bulliciosa ciudad es el gentío, el
caos y la muchedumbre de gente que va de un lado hacia otro. El comercio en las
calles, el ajetreo, los tenderetes y la vida hecha en la calle…
Esquivamos
motos, vacas y montoneras de basura bajo un ruido infernal sin casi poder
hablar. Solo miramos, observamos y nuestra cámara no deja recoger escenas
cotidianas de la vida comercial de Dudlod.
Aquí,
al igual que en las otras dos ciudades visitadas, los havelis también abundan,
aunque en menor cantidad. Visitamos alguno de ellos.
Aunque planteamos visitar alguno más, optamos por dar por finalizado la visita a los havelis ya que eran varios los que habíamos visitados. Preferimos callejear un rato. Así fue, durante una hora más aproximadamente paseamos por algunas calles de esta pequeña localidad y empaparnos de detalles que jamás habíamos visto.
El
colorido de las vestimentas de las mujeres nos hace detener y acercarnos a
ellas. Este lugar es poco turístico con lo que muchas veces ocultan su rostro y
prefieren no tener comunicación alguna. En muchas ocasiones son incluso reacias
a que se las fotografíen.
Junto a los puestos callejeros de frutas, en algunos
rincones se agolpan un grupo de mujeres charlando entre ellas, de nuevo poco a
poco nos vamos acercando e intentamos no avasallar. Es lógico que a veces se
encuentren extrañadas, no están acostumbradas a ver gente de fuera.
Aprovechamos
para comprar algunas piezas de fruta, preferentemente plátanos, fáciles de
pelar y así evitamos cualquier contratiempo con la comida.
Abandonamos
ya Dundlod y nos dirigimos hacia Bikaner, ya fuera de la región de Shekwati.
Son unos 180 kilómetros de aventuradas carreteras las que tendremos que
recorrer.
A Bikaner
llegamos sobre el mediodía, así que lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia
el fuerte para visitarlo, pero antes fuimos a una zona de restaurantes que hay
justamente en frente, en donde entramos a comer.
Este
imponente fuerte del siglo XVI alberga antiguos palacios, templos y una
mezquita. Fundado por Raja Rai Singh este fuerte encierra en su interior 37
pabellones decorados con una serie de balcones y ventanas profusamente
ornamentadas de variados diseños.
La
entrada cuesta 300 rupias (3 €). Para hacer la visita completa contar con una
hora y media para realizar todo su recorrido.
El fuerte Junagarg tiene una muralla de 986 metros de
longitud y 37 bastiones, un foso y dos entradas. Construido a ras del suelo y
defendido solo por altas murallas. A primera vista no resulta imponente pero
cuando accedemos a su interior nos quedamos maravillados de sus salones, su
exquisita decoración, sus patios…
Abriéndose
a un patio principal, el Karan Mahal, con sus pinturas de láminas de oro que
adornan sus columnas y paredes fue construido para conmemorar una victoria del
imperio mogol sobre el emperador Aurangzeb, mientras que el sorprendente
palacio de las flores fue erigido 100 años después.
Las
vidrieras de colores, la piedra y los balcones de madera esculpidos con esmero,
así como las paredes y techos brillantemente pintados demuestran los gustos
extravagantes de los monarcas.
El Anup mahal (palacio sin igual) es la construcción
más grande con techos de madera incrustados de espejos azules y celosías
delicadas en ventanas y balcones.
El palacio de la luna se trata de una de las
habitaciones más opulentas del fuerte, llena de deidades doradas y murales con
incrustaciones de piedras preciosas.
Subimos a la planta de arriba, en donde podemos
disfrutar de unas excelentes vistas de parte de las murallas y de sus jardines.
Otro de los lugares impecables dentro del fuerte es el
palacio de las nubes, este cubierto de pinturas
fresco de Krisna y su consorte Radha en el medio de las nubes.
El Har Mandir de Rajasthan es la capilla majestuosa
para la familia real para adorar a sus dioses y diosas.
Recuerdo
que cuando leí algún libro de la india antes de emprender el viaje, debo de
reconocer que los palacios y fuertes no era justamente una de mis prioridades,
quizás lo que más perseguía era
disfrutar de sus gentes, colorido, cultura, religión…pero al ver este fuerte me
quedé impactado, no solamente por su grandeza y majestuosidad sino también por
su enorme belleza.
Quizás también pudo influir el hecho de ser el primero
visitado (después durante el viaje fueron algunos más), francamente me encantó.
Aunque Bikaner no es uno de los destinos turísticos
típico de un viaje a la India.
Sin
lugar a dudas solo por ver este impresionante fuerte merece la pena su visita.
Además es la cuarta ciudad mayor del Rajasthán y su ambiente es muy local,
apartado de los agobios turísticos de otras ciudades indias.
Salimos ya del fuerte y visitamos los patios
exteriores, en algunos de ellos no se pueden pasar, unos militares nos cortan
el paso. Nos
dirigimos hacia el autobús que nos estaba esperando cerca de las inmediaciones
del fuerte. Algunos vendedores improvisados nos siguen hasta el mismo autobús y
base de insistir e insistir algún compañero algo les compró.
Ya avanzada la tarde partimos hacia nuestro hotel
ubicado en las afueras de Bikaner.
A poca distancia del hotel pasamos por unos
cenotafios, en el que hicimos una parada para ojearlo desde fuera.
Los
cenotafios son tumbas vacía o monumento funerario erigido en honor de alguna
persona o grupo de personas, generalmente importante o adinerado para los que
se desea guardar un recuerdo especial. De algún modo se trata de una
edificación simbólica.
Intentamos entrar dentro, aunque un cartel nos
indicaba que ya estaba cerrado. Un chaval hacía a la vez de portero
improvisado, el cual nos insistía que podíamos pasar a cambio de unas rupias.
Teníamos que descalzarnos, así que lo vimos desde fuera.
Sobre
las ocho de la tarde llegamos a nuestro hotel, otro magnífico hotel, y que
dicho de paso, no estoy acostumbrado a estas categorías cuando viajo yo solo.
Igualmente
que pasó en el otro, nos dieron la bienvenida en un lujoso salón con unos
sabrosos zumos refrescantes.
Aunque oficialmente la ruta de hoy había terminado, nosotros no quisimos quedarnos en el hotel, así que hablamos con nuestro guía para que nos llevase el autobús hasta Bikaner a cambio de un precio pactado, ya que el hotel quedaba apartado del centro de Bikaner y era difícil conseguir otro transporte. Dicho y hecho. A las nueve quedamos para visitarlo y después ir a cenar a un buen sitio con buenas vistas y baile de la zona.
Ya estamos en el centro, el autobús nos ha dejado en
una rotonda en la que hay una escultura ecuestre desde donde iremos andando.
Las calles están totalmente a obscuras, solo
iluminadas por la escasa luz de los
puestos callejeros.
El
ruido es infernal y decenas de motocicletas corren a gran velocidad pitándose
unos a los otros para poder pasar, y en donde más de un susto nos hemos
llevado.
Las vacas pasean a sus anchas entre la gran
muchedumbre, de vez en cuando las tenemos que esquivar.
Nos
adentramos en un pequeño mercado y vemos como, al igual que nosotros, las vacas
andan por las mismas calles estrechas entre los puestos de frutas.
Está claro que nuestra concepción de lo normal aquí
cae por los suelos y lo que es raro para nosotros aquí se convierte en normal.
Seguimos avanzando por una calle que nos llevará a una
portada iluminada y que me recuerda a las de todos los años en la feria de
abril de Sevilla.
A cada paso que damos tenemos que ir muy pendiente de
que no nos atropellen las motos, o pisemos Las moñigas de las vacas que quedan
medio ocultas en la obscuridad bajo nuestros pies, o aún peor, que una vaca se
nos eche por detrás y nos tire hacia una moto. Es un caos, aquí con tanto ruido
y tanta obscuridad no sabemos ni por dónde vamos.
Es una sensación extraña la que siento. Por una parte
un poco de estrés y de agobio, pero por otra, quiero ser espectador de este
encantador mundo tan distinto al que yo conozco; y al que llego a la conclusión
de que en esta vida no hay nada que sea normal o anormal, es solo cuestión de
nacer aquí o allá, y a partir de ahí lo
cotidiano será lo normal.
Un
grupo de mujeres se apresuran para asistir a una reunión en la que parecían que
regalaban algo, especie de una tómbola (para nosotros) y que no supe deducir
que era aquello.
Las familias al completo se detienen ante nosotros y
sonriendo nos piden algo de dinero y se ofrecen para llevarnos por estas calles
caóticas, nos insisten y nosotros ajenos a lo que nos piden seguimos avanzando.
A cada paso que damos los puestos callejeros son
reclamos permanentes para que piquemos algo: dulces, zumos de caña, tortitas… Ellos
se nos quedan raros mirando, como queriendo decir “de donde han salido estos”
que no visten como nosotros y que se quedan asombrados de lo que comemos…En fin,
esto es otro mundo, exactamente el mismo mundo para ellos que si fueran a
cualquier ciudad europea y vieran como vestimos, que hacemos y como comemos…
Tras un par de horas dando vueltas quedamos para ir a
cenar al hotel restaurante Harasar haveli,
un buen lugar con cervezas bien fresquitas y con exquisita comida. Una vez
allí subimos a la azotea y nos pusieron
para cenar. Hace calor, un calor húmedo que se nos pega al cuerpo, así que aquí
al fresco estaremos mejor.
La comida en la India es fuerte en especias, con lo
que si no nos gusta demasiado siempre hay que pedirlas si ellas; incluso así
siempre lo notaremos.
Yo probé Shahi
Panner, un exquisito plato de verduras con queso de cabra fundido y
mezclado, muy bueno, y que de hecho me quedé con el nombre para en otras
ocasiones volverlo a pedir. Lo acompañé de unas tortas de panes naan de cebolla El precio unas 300
rupias, unos cuatro euros. Y por supuesto una cerveza bien helada, muy cara,
pero que es lo que hay (3,5 €), o agua o refresco muy barato (50 céntimos).
Disfrutando de nuestra excelente comida y una
temperatura fresca, vinieron a amenizar la cena una bailarina y un par de
músicos y cantarines.
Está claro que el restaurante tiene concertado con
este grupo de músicos, y cuando vienen guiris, pues ¡ala! a trabajar;
exactamente igual que cuando en Sevilla viene un grupo de japoneses y se los
llevan a un tablao flamenco…
Echamos un buen rato comiendo, charlando y riéndonos,
y poco a poco el grupo nos fuimos conociendo. Ya casi entrada la hora del día siguiente nos fuimos
para nuestro hotel. El día había sido largo, bien nutrido de experiencias,
sensaciones y reflexiones. Le dimos al conductor lo que habíamos pactado con él
(100 rupias cada uno).
Día 4. Bikaner-Deshnok (templo de las ratas)-Ramdevra (templo de peregrinación)-Jaisalmer
En Deshnok, 33 kilómetros al sureste de Bikaner, se
encuentra el templo Karni Mata dedicado al místico del siglo XV que profetizó
los éxitos de Rao Bika, aunque se le conoce más como “templo de las ratas”.
Antes
de ir a la india, sabía que entraría en este templo plagado de ratas. Como
cualquier occidental, lo primero que piensa es en un animal que en nuestro
entorno repugna, es transmisor de enfermedades, y en definitiva es un roedor
que queremos fuera de nuestro alcance. Así que empecé a leer sobre el lugar, vi
decenas de fotos y algunos videos, y poco a poco me fui concienciando que tenía
que entrar en ese templo a pesar de mi prejuicio occidental. Ya lo sé, es un
choque cultural, pero tenía claro que si entraría.
Así que cuando llegamos nos dirigimos hacia un
tenderete en el que podemos dejar nuestros zapatos y a cambio nos dan unas
bolsas de plástico para ponérnoslas en los pies ya que hay que entrar
descalzos.
La expectación era fuerte, ¿Cuál sería nuestra
reacción ante una situación jamás vivida antes?
De los 18 integrantes de nuestro grupo, cinco no
quisieron entrar. Eso de las ratas era demasiado fuerte para ellos con lo que
optaron por quedarse fuera.
Junto
al templo nos encontramos unos tenderetes con comidas en forma de ofrenda para
las ratas. Lo normal es que los hindúes adquieran algunas bolsitas para dársela
a los roedores. Atravesamos
la puerta del templo y nos colocamos en la cola. Niños y niñas de corta edad
descalzos, las señoras con sus coloridas vestimentas, señores con bebes en los
brazos; y todos con las ofrendas recién adquiridas.
Ahora sí, ya estamos dentro, los roedores corren por
todas partes, en algunos momentos parecen que nos rodean.
Dicen los creyentes que es buena suerte llegar a ver una rata albina o que te pasen por los pies o untarte un poco de leche de donde beben ellas y llevártelo a los labios.
Yo tenía claro que eso de untarme la leche como que no, que se me subieran por los pies tampoco, así que al final si tuve suerte ya que llegué a ver una rata albina.
En
este templo se protegen manadas de roedores “sagrados” por la creencia de que
en poco tiempo, se reencarnaran en seres humanos con talento ya que es la
reencarnación de Karni Mata y sus seguidores los sadhu (monje que sigue el
camino de la austeridad. Atraídas por caramelos y semillas hay cientos de ratas
que chillan y corretean por el mausoleo de mármol.
Según cuenta la leyenda Karni Mata pidió al dios
de la muerte Yama que devolviera la vida a un hijo suyo que había muerto
ahogado pero tuvo una respuesta negativa. La erudita, que era a la vez la
encarnación de una deidad hindú decidió entonces reencarnar en ratas a todos
sus descendientes para privar a Yama de almas humanas.
Desde entonces, unas seiscientas familias de Deshnok
dicen ser descendientes de esta mujer sabia, el mismo número de ratas que los
cuidadores aseguran que viven en el
interior.
Miles de peregrinos recorren largas distancias para venerar a las kabbas, como se llama en hindi a estas ratas sagradas. Cuando entramos dentro del templo es imposible evitar
pisar los excrementos y orines de estos roedores, aunque podemos decir que por
lo menos nuestros pies descalzos van cubierto por unas bolsa de plástico. El
olor es intenso y más de uno tiende a taparse la nariz.
Según nos contó nuestro guía todos los roedores que
aquí viven no tienen contacto con el exterior. Esto quiere decir que están
exentas de las enfermedades que pueden transmitir las ratas que hay en el
exterior y que están en contacto permanente con las basuras. Para aliviar a los
que lean esto (sé que para muchos será un tanto difícil), las ratas están
acostumbradas a las personas, no corren hacia nosotros y están a su aire, con
lo que no tengamos miedo de que se nos puedan lanzar a nuestro cuello.
Cuando salimos del templo, nos miramos los rostros.
Algunos tienen la cara de espanto, otros como exhortados, otros pensativos…
Cada uno cuenta su sensación. Yo miro a los peregrinos y seguidores de este
templo. ¡Qué diferencia de rostro!, sus miradas son firmes, las nuestras como
idas. Como bien siempre pienso es una cuestión cultural, y si uno quiere
entrar, puede entrar tranquilamente y dejar de pensar que lo que se va a ver
son roedores como los que a nosotros nos han inculcado en nuestra cultura
occidental.
Peregrinación hacia el templo de Ramdevra
Con dirección hacia Jaisalmer, cercano a la frontera con Pakistán, nos detendremos en un curioso lugar en donde todos los años tiene una popular feria de peregrinación.
Aunque
no estaba previsto en nuestra programación fue un buen acierto el hacerlo.
Desde muchos kilómetros atrás estábamos viendo cientos de seguidores que iban
andando por las carreteras portando muchas banderolas de colorines.
Hemos tenido suerte, coincide nuestro paso por este
lugar con la peregrinación musulmana e hindú. Así que tras varias horas de
carretera llegaríamos a Ramdevra.
La peregrinación o feria de Ramdevra (baba Ramdevs Samadhin Fair). La fama de este minúsculo pueblo situado a 12 km al norte de Pokharan en la provincia de Jaisalmer proviene de Baba Ramdev, fue un santo musulmán sufí y también hinduista.
Fue un
rajputa tanwar quien en 1458 hizo el “Samadhi” (salida consciente de su cuerpo mortal).
Tenía capacidad para hacer milagros y su fama llegaba muy lejos. Cuenta la leyenda que desde la Meca enviaron a cinco sabios musulmanes para atestiguar y convencerse de sus poderes milagrosos, lo que efectuaron adorándole ceremonialmente.
Desde entonces fue venerado por los musulmanes como Ram Shah Pir. Los hinduistas
también aceptaron sus poderes y lo consideraron como una reencarnación de lord
Krisma. En 1931 el Maharaja Ganga Singh de Bikaner construyó
el templo actual.
Desde el Bhadon Sudi 2 al bhadon sudi 11 (3º semana tras la luna llena de agosto) se celebra aquí una gran feria a la que peregrinan más de un millón de devotos musulmanes e hinduistas que vienen en pequeños y grandes grupos de personas de todos los rincones de la India, sin tener en cuenta su religión, casta, ni afinidades de credos. Portan banderas grandes y pequeñas que arrojan al altar dedicado al santo.
Muchos
van andando y otros tantos vemos en motocicletas, tractores, camionetas… Van
todos hacia Ramdevra. Estos
grupos organizan Largos cánticos nocturnos
para rendir tributo a Baba.
El
autobús nos deja en las afueras del pueblo con lo que tenemos que andar un par
de kilómetros hasta llegar al lugar de peregrinación.
Nuestro
guía nos recomienda que vayamos todos juntos y que las mujeres se coloquen en
el centro rodeadas por los hombres. Aquí se daban cita familias enteras
provenientes de los rincones más remotos de la India y como es natural no
estaban acostumbrados a ver gente de otros lugares tan distintos a ellos. De
este modo empezamos a andar por polvorientas callejuelas repleta de tenderetes
y muchedumbre.
Esto es un museo al aire libre repleto de
curiosidades, y sobre todo de muchos colores. Cada poco me tengo que detener y
disfrutar de estos momentos de tanto contraste. Ellos, al igual que nosotros están
sorprendidos, nos hacen fotos y quieren posar a nuestro lado. Nos rodean como
si fuéramos los personajes de un circo.
Cientos de devotos se dirigen hacia el templo, y
nosotros parecemos ser arrastrados por esta multitud, donde todos canturrean a
la vez que alzan sus banderolas de colorines.
Sus
miradas se extrañeza se clavan en nuestro rostro: nuestra ropa, calzados,
sombreros, forma de andar, de movernos; todo les llama la atención.
Por un momento parece que me miro al espejo de las
curiosidades y extrañezas. Me atrae todo
lo que veo y no paro de disparar con mi cámara. Ellos quieren hacer lo mismo
con nosotros; inmortalizarnos.
Estamos
ya en las inmediaciones del templo y unas barandillas nos cortan el paso, hay
que ponerse en una cola donde se agolpan niños, ancianos, mujeres todos de
forma apiñados; llevan horas esperando para entrar en el templo.
Nuestro guía habla con los policías por si nos puede
colar por un atajo. Nos deja pasar, y junto a nosotros vamos viendo cientos de
personas haciendo cola y sin casi poder respirar.
No nos gusta, no nos parece ético que entremos por “la
puerta de atrás” cuando ellos llevan incluso un día haciendo cola.
Junto
a las vallas de protección algunos devotos avanzan hacia el templo
arrastrándose. Rezan y canturrean, a la vez que un compañero le ayuda a
impulsarse para seguir arrastrándose. Junto a estos descansan miles de
zapatillas amontonadas como si de un cementerio se tratase. Son las chancletas
de los devotos y que han andado cientos de kilómetros y que ahora las dejan
para que descansen en paz.
Son imágenes dantescas las que contemplan nuestras
miradas. ¡Qué mundo tan distinto al nuestro! El ruido se hace insostenible, ya que todos cantan en
forma de gritos. La multitud de peregrinos se agolpa entre las vallas. Todos
llevan ofrendas para los dioses.
Muchos devotos sedientos aprovechan para refrescarse
en estas colas interminables.
Cuando
nosotros estábamos cerca del templo acordamos que no queríamos entrar, no nos
gustaba el colarnos de esa forma tan brutal, viendo como ellos nos miraban con
cara de asombro o quizás de espanto. Simplemente no nos parecía justo, así que
poco a poco empezamos a regresar con dirección al autobús.
De regreso y esquivando a multitud de fieles que
venían de frente, tuve que hacer una pequeña parada. No lo podía evitar, tenía
que fotografiar todo aquel mundo hindú y que jamás había visto.
Hace muchísimo calor, el sudor se nos pega al cuerpo,
es húmedo y cada poco tenemos que beber. Menos mal que nuestro autobús iba
cargado con una nevera de refrescos y agua fresquita. De este modo lo primero
que hacemos cuando entramos en el autobús es beber, beber y beber. Ya por la tarde partimos hacia Jaisalmer,
adentrándonos en el desierto del Thar.
El paisaje cada vez más desértico y más despoblado.
Algunos camellos dispersos vemos entre los matorrales. Por fin estamos llegando a Jaisalmer, son las siete y
cuarto. Vemos una gran fortaleza sobre una colina; es quizás el lugar más
hermoso de todos los visitados en la India.
Nos vamos directamente hacia nuestro hotel, un
espléndido Heritage (antiguo palacio convertido en hotel) y que se encuentra en
las afueras de Jaisalmer.
Muy coqueto y con zonas ajardinadas, las habitaciones
se encuentran dispersas en torno a la piscina.
Dejamos nuestros bártulos, nos cambiamos de ropa y de
nuevo a las ocho quedamos para ir a cenar a un excelente restaurante con vistas
hacia la fortaleza de Jaisalmer.
Antes
de ir a cenar dimos un paseo por las calles de Jaisalmer. Como ya nos pasó en Bikaner, la obscuridad y las vacas
eran nuestras compañeras de viaje en ese paseo nocturno.
Ya sobre las diez de la noche nos dirigimos hacia el restaurante Lal Garg regentado por una española casada con un hindú. Buen ambiente y un excelente local. Nosotros subimos directamente a la azotea, y allí improvisamos una buena mesa con una exquisita comida. ¡Qué fresquito allí arriba! La dueña se quedó un rato con nosotros, nos presentó a su familia y empezó a contarnos cosas sobre la India, fue una buena charla de aprendizaje.
Nos
sugirió unas buenas cervezas y buen vino
(demasiado caro para ser la India, 12 € la botella) y también varios platos
típicos de ese país. Entre otros, pedimos tandoori
Aloo, keshri malai, panner y Cheese naan. Ya pasadas las doce de la noche nos fuimos al hotel.
Día 5. Jaisalmer-Desierto del Thar-Jaisalmer
Jaisalmer,
conocida también como la “magia dorada”. Antigua ciudad de mercaderes, conserva
un rico legado de dorados havelis, cuyo color se debe a la amarilla arenisca
local con la que fueron erigidos.
Jaisalmer parece haberse sacado del cuento de las mil
y una noches. Aquí todo resulta
espectacular: su gente, sus edificios, sus tradiciones, su color, su fortaleza…
aquí, cerca de la frontera con Pakistán
todo resulta mágico.
Una
vez desayunados partimos para visitar
Jaisalmer. Lo primero que hacemos es dirigirnos hacia el lago Gadsisar Sagar,
situado junto a la ciudad, al sur de las murallas. Es una de las mayores
atracciones turísticas ya que está rodeado de templos y santuarios.
Fue construido por el Marahá Maharwal Gadsi Singh allá por el año 1400. Este lago en forma de depósito abastecía de agua a toda
la ciudad. Actualmente es un lugar de peregrinación para los hindús. Para acceder al lago lo hacemos por la
puerta Tillon, construida de piedra arenisca amarilla.
Existe una leyenda
interesante añadida a este lugar. Un
cortesano llamado Tilon propuso al rey que quería construir un portón arqueado
para el embellecimiento del lugar. Sin embargo, el gobernador no pudo realizar
la idea ya que tendría que pasar cada vez bajo el portón construido por una
prostituta, entonces se negó.
Tilon estaba herida pero determinada a realizar su
labor. Esperó pacientemente por una buena oportunidad y cuando el rey estaba
lejos, construyó un arco palacial y añadió un pequeño templo de Lord
Satyanarayan en la punta para que el rey consternado no pudiera dañarlo. Este
portón tomó su nombre y es ahora conocido como Tilon Ki Pol y se alza
orgullosamente intacta hasta este día.
Una vez en el lago, lo bordeamos y nos dirigimos a
algunos de los templos y de los santuarios, aunque no podemos entrar. Varios
personajes vestidos con típicos trajes posan y atraen con una musiquilla a los
viajeros.
El lugar es fascinante, una mezcla entre lo
espiritual, lo turístico y la picaresca de algunos que quieren ganarse algunas
rupias. Familias enteras recorren la orilla del lago para
dirigirse a los cenotafios y a los templos. Ellos vestidos de blanco y ellas
con coloridas vestimentas decoran todo el entorno del lago.
Junto a los templos, un Sadhus nos atrae con su cara
pintada y su túnica rosácea.
Un sadhu (Saa-dhu) es un asceta hindú o un monje que
sigue el camino de la penitencia y la austeridad para obtener la iluminación.
Es la cuarta fase de la vida en la religión hindú, después de estudiar, de ser
padre y de ser peregrino.
La tradición sadhu
consiste en renunciar a todos los vínculos que los unen a lo terrenal o
material en la búsqueda de los verdaderos valores de la vida. Por norma
general, un sahdu vive incluido en la sociedad, pero intenta ignorar los
placeres y dolores humanos. Dedican la mayor parte de
su tiempo a la meditación. Muchos de éstos se reúnen
en determinadas fiestas como es el Kumbhamela.
Muchos sadhus imitan la vida mitológica de Shiva, el principal de todos los ascetas. Llevan un tridente simbólico y se
pintan tres rayas de ceniza en su frente para representar los tres aspectos de
Shiva en su búsqueda asceta para destruir las tres impurezas (egoísmo, acción
con deseo y el maya).
Llevan túnicas de color azafrán, que significan
que han sido bendecidos con la sangre fértil de Parvati, la consorte de Shiva.
Los sadhus son la respuesta en India para el sistema de valores.
Han dejado atrás todas las ataduras materiales para liberarse a un mundo con la
realidad divina, y viven en cuevas, bosques y templos por toda la India. Existen alrededor de 4 ó 5
millones de sadhus hoy en día en el país, y son personas respetadas, veneradas
e incluso temidas. Son mantenidos por todos los ciudadanos que les donan
alimentos.
Tras un buen rato recorriendo el lago y sus templos, nos
dirigimos ahora hacia el interior de Jaisalmer, mas allá de sus murallas.
Ambas son características del sistema humano de energía y tienen distintos grados de sutileza. Se dice que es el sexto chakra ajna, la sede de la “sabiduría oculta”. Según los hindús mantiene y refuerza la concentración de energía y sirve para la protección contra las malas influencias.
Conocida como la “ciudad dorada”, Jaisalmer es una
encantadora ciudad situada en la cresta de una roca arenosa de color amarillento
y está coronada por un fuerte que con 99 bastiones corona la colina de Trukuta
(tres picos) de 80 metros de altitud.
Justo antes de las murallas nos encontramos con una
pequeña explanada en la que hay una puerta por la que accederemos hacia el interior
de la ciudad.
La vista que tenemos de las murallas allí arriba nos
impresiona. Junto a nosotros corretean los niños que uno a uno se acerca para
intentar vendernos algo.
Una vez dentro de la ciudad son muchos los atractivos
que tiene: havelis, templos jainistas e hinduistas, palacios y sobre todo mucho
paseo por estrechas callejuelas con las casas pintadas.
Recorrer
esta ciudad es remontarse a épocas pasadas. Los vendedores nos acechan por
todas partes y de vez en cuando sale a nuestro encuentro algún personaje
curioso ataviado con coloridas vestimentas.
El
rostro de algunas muchachas están cargados de abalorios, brillantes y colgantes,
y todas llevan pintado el “Bindi” (pequeño punto rojo). Este punto hace
referencia a un aspecto de la anatomía del cuerpo sutil compuesto de gotas y
viento.
Ambas son características del sistema humano de energía y tienen distintos grados de sutileza. Se dice que es el sexto chakra ajna, la sede de la “sabiduría oculta”. Según los hindús mantiene y refuerza la concentración de energía y sirve para la protección contra las malas influencias.
Según
los místicos y estudiosos del yoga este punto rojo “Bindi” lo asocian con el “tercer ojo”, un punto de energía que se
activa a través de la meditación y que nos ayuda a encontrar la paz interior.
Históricamente también ha sido símbolo de las mujeres casadas, de ese modo
quedaba claro el vínculo del matrimonio.
También
es normal ver a los niños con los ojos pintados de negro con una sustancia que
se llama kohl, lo hacen para evitar el mal de ojo y como medida de protección
contra las infeccines.
Empezamos a movernos por las callejuelas de Jaisalmer
(todas peatonales). A cada paso que damos nos encontramos con algún haveli,
palacete o templo hindú.
Es una fascinante telaraña de estrechas calles
marcadas por bellas casas talladas y con pinturas en sus paredes.
Muchos
edificios tienen los balcones y ventanales en saliente, algunos con medios
arcos y pintados de colores azules. En algunos callejones parecen tocarse ambas
paredes en donde los balcones sienten saludarse.
Jaisalmer son de esos lugares que se deberían visitar
al menos una vez en la vida. Es una ciudad mágica y legendaria, nacida del
polvo del desierto del Thar.
La arquitectura de Jaisalmer está considerada una obra
maestra de la adaptación al clima agreste del desierto, a su tórrido calor en
verano y a las embestidas de las tormentas de arena.
Jaisalmer siempre ha tenido una situación muy
estratégica y era una parada casi obligatoria en la tradicional ruta del
comercio de las caravanas de camellos de los comerciantes indios y asiáticos.
La ruta enlazaba Asia central con Egipto, Arabia,
Persia, África y todo el oeste. Tradicionalmente la principal fuente de
ingresos de la ciudad provenía de las caravanas de comercio pero más tarde
empezó a funcionar el puerto marítimo de Bombay y las rutas comerciales por mar
sustituyeron a las rutas por tierra.
A partir de la partición de la india en 1947 se cerraron todas las
rutas de comercio en la zona del indo, y Jaisalmer se convirtió en un lugar
desierto cerca de la frontera con Pakistán que apenas evolucionó, como si se
hubiera estancado en el tiempo. Pero en los últimos años el turismo ha
conseguido que recobre de nuevo vida.
Ya dentro del interior de las murallas podemos visitar
el templo d laxaminath, esta posee una atractiva cúpula pintada en vivos
colores. Otro lugar interesante es el Patwa-wi-haveli, data de 1890 y aunque
exteriormente ya es admirable merece la pena entrar y visitarlo, ya que desde
arriba podemos disfrutar de unas excelentes vistas de todo jaisalmer.
Paseando por sus callejuelas, nos llama la atención
las pintadas de algunas de sus casas. Con colores llamativos e imágenes
hinduistas nos explica nuestro guía que cuando una pareja se casa la decora de
esta forma, ilustrando en el dibujo la fecha en que se celebró la boda.
Aquí
las vacas, los comerciantes y los vendedores ambulantes parecen adueñarse de
nuestro paseo. A cada paso que damos salen a nuestro encuentro y a veces en
callejones estrechos tenemos que casi saltar por encima de las vacas.
Además de poder ver los templos hindús, por ejemplo el
de laxminath y el de Surya, hay otros tantos jainistas que datan de los siglos
XII al XVI, hay un total de siete, construidos en piedra arenisca amarilla y
cada uno dedicado a un Dios con un
significado concreto.
Los devotos acceden al interior del templo y ofrecen
sus ofrendas, cuando salen al exterior pasan bajo unas campanas que tienen que
tocar.
Desierto del Thar
Ya después de almorzar, nuestro guía nos dio la posibilidad de hacer una excursión al desierto del Thar (no estaba incluido en el programa) en el que pagando 20 € cada uno nos incluía el jeep ida y vuelta (60 km de distancia), un paseo en camello con vistas del atardecer, cena y baile típico de la zona. Así que todos nos apuntamos y a las cuatro de la tarde partimos hacia el desierto, ya en las mismas puertas del país vecino de Pakistán.
Repartidos en cuatro jeeps abandonamos Jaisalmer con
dirección al desierto. Hacía muchísimo calor, sobre todo mucho bochorno, cuando
de repente según avanzábamos, empezó a levantarse una fuerte brisa y el cielo
nos regaló unas pocas gotas de agua. El tiempo refrescó.
A unos
30 km paramos en una pequeña aldea en donde todos los niños corrieron hacia
nosotros, extrañados, para saludarnos.
Con caras risueñas, los niños se ven felices
correteando entre nosotros. Junto a ellos una humilde vivienda construida de
ladrillos y adobe, sin más lujos que lo justo para vivir y ser dichosos. Son
sonrisas limpias y sinceras las que nos ofrecen todos cuando nos dirigimos a
ellos.
Algunos críos se acercan a los bolsillos de nuestros
pantalones para que le demos algo. No piden dinero, solo algo que no hayan
visto antes, como por ejemplo un lápiz y un trozo de papel.
Abandonamos la aldea y seguimos rumbo hacia lo más
profundo del desierto del Thar, conocido también como el gran desierto indio.
Tiene una longitud de alrededor 800 km y una anchura de 485 km aproximadamente.
El terreno lo forman pequeñas colinas de arena onduladas, entre la que hay
vegetación dispersa y elevaciones rocosas.
Lindando ya con la frontera pakistaní, este desierto
se adentra en el país vecino con el nombre de desierto de Cholistán.
La temperatura pude alcanzar los 53º en el mes de julio,
nosotros estamos teniendo suerte no se nota un calor sofocante.
Como dato curioso podemos decir que en 1974, India
detonó su primera bomba atómica en la zona más despoblada del Thar.
Una vez que llegamos al desierto, nos estaban
esperando un grupo de camelleros, con todo preparado para realizar una pequeña
ruta en camello por las dunas, y posteriormente disfrutar de la puesta de sol.
Los jeeps nos dejaron junto a una casona algo rudimentaria con un patio central. Allí nos reuniríamos esa noche para cenar y deleitarnos con un baile y música típico de la zona.
Algunos compañeros no quisieron montar, así que seis
camellos cogimos para adentrarnos en las dunas del desierto. Con el traqueteo,
más de uno estuvo a punto de caer.
Sin ser dunas excesivamente altas como las que nos
podemos encontrar en el Sahara, algunas de ellas si eran pronunciadas, así que
cada vez que empezábamos a subir daba sensación de caernos hacia atrás.
Al poco de avanzar nos encontramos con un grupo de
mujeres ataviadas con coloreados saris rojos, amarillos, verdes… que se
disponían a acarrear cantaros de agua procedentes de un pozo cercano. Aunque
nos resulta pintoresco, no deja de ser llamativo como algunas personas por estos
lares necesitan de esto para poder subsistir, y nosotros a cambio simplemente
con abrir un grifo tenemos toda el agua que queramos.
Tras una hora de ruta con los camellos, por fin
llegamos a la parte más alta de las dunas, en la que tumbados en la arena,
esperamos un poco para disfrutar del atardecer.
Se acercaron a nosotros unos cantarines improvisados
en busca de unas rupias. La verdad es que allí arriba y con esa atmósfera
nómada no vino mal.
Una pequeña brisa al atardecer azotaba nuestros
rostros. El silencio infinito del desierto solo queda quebrantado por el
canturreo de nuestro músico, y nosotros allí tumbados, a la espera de la puesta
de sol.
Mientras esperamos, nuestros camelleros intentan
vendernos algunos pequeños abalorios en forma de suvenires.
Con nuestro guía Said congenié bastante, así que
aprovechaba cualquier momento para hablar con él y ahondar en el conocimiento
de la cultura hindú.
Ya con la noche caída volvimos a la casona para cenar
al aire libre y disfrutar de un agradable baile hindú.
Con una abundante y exquisita comida pudimos disfrutar,
al mismo tiempo que participábamos del baile sensual que hermosamente bailaba
una preciosa muchacha.
Kathak,
ese es el baile que me estaba cautivando, al igual que
la chica. Ataviada con un precioso vestido de muchos colorines, en cada
movimiento que hacia sonaban todas los cascabeles que llevaba en brazos y
tobillos. Sobre su cabeza una pila de pequeños jarrones también de brillantes
colores…
Día 6. Jaisalmer-Jodhpur-Mandore-Jodhpur
Abandonamos ya Jaisalmer con dirección hacia el sur,
en busca de la ciudad de Jodhpur, situada en los límites del desierto del Thar.
Son 286 kilómetros los que nos separa de ambas ciudades, las cinco horas no hay
quien los la quite, con paradas incluidas.
Según estamos llegando a Jodpur, nos impresiona la
gran mole de fortaleza que divisamos desde lejos y que encaramada sobre una
colina nos impacta desde la lejanía por su enorme belleza.
Jodpur fue en su día capital del estado Marwar.
Fundada en 1459 por Rao Jodha, jefe del clan Rathore de Rajput, la genialidad
de sus escultoresn se pone de manifiesto en sus magníficos palacios, fuerte,
templos y havelis, que dan testimonio de la grandiosidad del imperio.
Conocida como la ciudad azul, muchas casas están
pintadas de este color, y se dice que los brahmanes y sacerdotes la pintaban de este modo para
diferenciarlas.
Era mediodía cuando llegamos al fuerte Mehrangarh,
Impresionante ubicación y fabulosas vistas.
Lo primero que hacemos es entrar en el restaurante que
hay en el interior del mismo recinto, y después dedicamos un par de horas para
su visita.
Este fuerte es quizás el más majestuoso y una de las
más grandes fortalezas del subcontinente indio. Rodeada de una muralla, donde
curiosamente la población se encuentra fuera de ella.
Mehrangarh es un fuerte enorme, asentado sobre una
colina de 125 metros sobre la ciudad, la que domina completamente.
Se accede al fuerte a través de 6 grandes puertas,
generalmente tras una curva y después de una gran pendiente, especialmente
diseñada para evitar el ataque de elefantes.
Estas puertas separan el exterior del fuerte, de
naturaleza más defensiva, del interior, de un carácter más palaciego.
Al acceder a su interior, nos llama la atención, una
serie de impresiones de manos colocadas en la pared. Se trata de las huellas de
las mujeres de los maharajás quienes al morir sus esposos, se lanzaban a la
pira funeraria de éstos para acompañarlos en su viaje al paraíso durante la
ceremonia del sati.
Ya dentro, nos impresiona la arquitectura del palacio
y la exquisitez de todos sus detalles. El patio principal es donde se llevaban
a cabo las coronaciones de los príncipes.
La filigrana de las ventanas es una expresión
arquitectónica de la tradición islámica
d ocultar a las mujeres de la vista de los hombres tras finos velos, a
través de las cuales ellas si podían tener una vista de su alrededor.
De los muchos salones que contiene el palacio quizás
los que más destacan por su belleza (ya es difícil, todos son impresionantes)
son el palacio de las Flores, el Takhat Mahal, el palacio Perlado, y el palacio
de los espías.
Todos estos recubiertos de mármol blanco, espejos, filigranas
de oro, incrustaciones de piedras preciosas, pinturas y adornos.
El Takhat Mahal es el más decorado, siendo el aposento
del monarca Takhat Singh, el maharajá que estaba en el poder cuando los
británicos ocuparon India.
El palacio perlado es el salón más grande y lleva su
nombre por el color que se obtuvo añadiendo conchas molidas a la mezcla del
estuque. Las paredes no tienen ornamentos, precisamente para que destaquen más
el trabajo del techo.
Abandonamos el fuerte y nos dirigimos al cenotafio
real, un impresionante memorial de mármol construido en 1899, encargado por la
esposa del maharajá después de su muerte.
Ubicado sobre una colina, y junto a una pequeña
muralla que sube hasta lo más alto de un monte rocoso, al lado un lago en el
que se refleja la silueta del edificio.
Alrededor del cenotafio mayor hay cuatro cenotafios
más de los abuelos y padres del maharajá.
Desde esta colina rocosa contemplamos ensimismados las
vistas de la ciudad de Jodhpur allá abajo y a nuestra derecha el impresionante
fuerte de Mehrangarth en lo más alto de todo este complejo.
Entramos en el interior del templo y contemplamos el
tallado del gran salón, en el que por
cierto, nos tenemos que descalzar para poder acceder a él.
El edificio principal está construido como un templo, con esculturas, frescos, bóvedas, pilares y jalis (celosías de mármol).
En el exterior se dispone como senadores tallados con
un jardín de varios niveles albergando otros tantos cenotafios.
El estanque de los dioses, dentro del mismo complejo sirve como lugar de cremación tradicional para las familias reales de Jodhpur. Anteriores gobernantes de la dinastía dispusieron sus cenotafios en la cercana localidad de Mandore, a la que nos dirigimos a continuación.
MANDORE
Una vez que abandonamos los cenotafios, teníamos dos
opciones, o bien visitar Jodhpur o bien dirigirnos a Mandore, situado a unos 10
kilómetros y visitar un curioso lugar plagado de templos hindús y habitados por
cientos de monos, además de ser un lugar de peregrinación. Optamos por lo
segundo.
Cuando llegamos, atravesamos una zona de jardines en
la que los monos correteaban a sus anchas. Miles de peregrinos y de familias al
completo parecían pasar el día como si de una fiesta se tratase.
Los colorines de los saris anaranjados, rosas,
amarillos, rojos… eran un espectáculo danzante. Algunas chicas y señoras destapadas
de cintura hacia arriba se bañaban en las aguas, que en pequeñas lagunas hay
salpicadas por el recinto.
Los “jardines de Mandore” con su encantadora colección
de templos, monumentos y sus terrazas de roca de forma escalonada, es sin lugar
a dudas uno de los destinos que no deberíamos perdernos si visitamos esta zona
del Rajasthan.
Estos jardines albergan los cenotafios de muchos
gobernantes del antiguo estado principesco de Marwar.
Cuando
paseamos por esta frondosa arboleda, nos vamos encontrando con algunos templos
picudos cargados de una bella ornamentación. Los monos se atraviesan a gran
velocidad delante de nosotros y la fascinación de unas preciosas muchachas clava
su mirada en nosotros, extrañadas de vernos por allí.
De hecho en más de una ocasión nos detienen para
fotografiarnos con ellos. Al igual que a nosotros nos atraen sus rostros y sus
coloreadas indumentarias, a ellos también les atraen las ropas nuestras
occidentales.
Las cúpulas de los antiguos templos surgen entre la
espesura y las copas de los árboles, nosotros seguimos avanzando y a cada paso
tenemos que detenernos para contemplar maravillados algunos rincones de este
lugar.
Paré para hacer una foto de mi grupo y quedé
sorprendido cuando vi a otro grupo de hindús fotografiando a mis compañeros.
Abandonamos ya el recinto de Mandore y partimos de
nuevo hacia Jodhpur. A la entrada de la ciudad nos vimos sorprendidos por la
brusca detención de unos policías que hizo parar al conductor de nuestro
autobús.
Bajaron nuestro guía, Nieves (profesora de inglés) y el conductor para ver cuál era el problema. Tras quince minutos de discusión, parece que lo que querían era sobornarnos a cambio de dejarnos pasar por esa carretera. Tras inventar una historia que pareció convencer a los policías, por fin nos dejaron pasar.
Ya en nuestro hotel de Jodpur, dejamos todos los
bártulos, y ya de noche, cuatro compañeros nos fuimos a cenar al restaurante Pal. Situado junto a la torre del reloj,
subimos hasta la terraza y allí pudimos degustar una exquisita comida.
La pena fue de no disfrutar de una visita a la ciudad,
ya que debería ser bien bonita, con sus colores azulados, pero como ya dije al
principio optamos por Mandore.
Día 7.
Jodhpur-Ranakpur-Udaipur
Sobre las ocho y cuarto salimos con dirección a Udaipur, pero antes realizaríamos un par de interesantísimas paradas.
La carretera nos sigue mostrando un terreno árido y
desértico (más adelante cambiará bruscamente).
Una muchedumbre de personas al borde de la carretera
nos hace detener el autobús. Parece un lugar de peregrinación, al poco tiempo
comprobamos que efectivamente así fue. Muchas familias al completo se dirigen
hacia un pequeño recinto religioso, otros tantos descansan en el interior de
unas viejas carretas y otros charlan
bajo la sombra de los árboles. Por un momento estoy viendo imágenes de la india
más profunda, al igual que siglos atrás. Solo nosotros y cientos de hindúes.
Aquí, según nos informamos hace quince años hubo un
accidente de moto, un muchacho hindú murió. Dicen que a los pocos días la
persona deambulaba por la zona, y de forma misteriosa la moto apareció por
allí.
Desde entonces se convirtió en un lugar de
peregrinación conocido como “el santón de la moto”. Miles de hindúes se acercan
a este altar improvisado para rezar y traer sus ofrendas. Venidos de rincones
remotos, sobre todo mucha gente del ámbito rural.
Cuando pasamos a su lado de nos quedan mirando de forma extraña, creo que para más de uno era la primera vez que veía algún occidental.
Me acerco a alguna de las carretas, en donde toda la
familia parece viajar. Madre, hermanos, abuelos… todos juntos me miran
extrañados cuando con mi cámara me dispongo a fotografiarlos.
Sus miradas humildes y sencillas se clavan en mi rostro; algunos sonríen, otros ponen cara de sorpresa y los más pequeños siguen con su juego, ausente de la presencia de este loco occidental.
Al pasar junto a una de las carretas, veo a un señor
en cuclillas haciendo sus necesidades menores. No nos debería de asombrar
puesto que en la India es normal hacer “pis” de esa forma. Tres señoras pasan
por su lado, y el señor ni se inmuta, aquí funciona así, al igual que escupir
bruscamente en la calle también es una costumbre india. Ya poco a poco vamos
abandonando este curioso lugar, y ojo al cruzar la carretera por que el autobús
lo tenemos en el otro margen.
Ranakpur
Dirigiéndonos hacia el templo de Ranakpur, el paisaje empieza a cambiar. Dejamos atrás la zona desértica y aparecen zonas verdes, con arboledas y ya cerca de una zona montañosa.
Son muchas las escenas que vamos contemplando según avanzamos por la carretera. No dejo de mirar a través de la ventanilla, no quiero perderme ningún detalle, simplemente a cada paso que damos disfruto con todo lo que veo: sus coloridos, sus medios de transporte, sus sonrisas, su sencillez…
Al pasar por algún pequeño pueblo, la gente dirige su miranda hacia las ventanillas del autobús. Muchos niños que corretean descalzos en medio del polvo y las basuras nos saludan con sus manos, nos gritan e incluso a veces cuando el autobús se detiene, se acercan para pedirnos dinero o cualquier otra cosa que le podamos regalar.
Las camionetas van cargadas de gente, las motos muchas
vecen con familias enteras montadas. Aquí las montañas hacen su presencia y
cada vez que adelantamos en una curva sin visibilidad, más de uno pega el
salto, suspira y a veces grita. Pensaba que los adelantamientos suicidas solo
se harían en las rectas polvorientas del desierto del Thar, estaba equivocado,
se siguen haciendo incluso en estas bellas montañas; da igual las curvas, las
cuestas…
Ya estamos en en el espectacular templo de Ranakpur. Rodeado de montañas y de un intenso color verde, poblado de miles de árboles. Un lugar idilico en el que disfrutar de la naturaleza y de la espiritualidad de los seguidores del Jainismo. Ubicado en el valle de los montes Aravali, este templo fue construido con mármol blanco ricamente tallado, entre los siglos XII y XV, es quizás el edificio más gigantesco, bello y fascinante de la religión jainista.
Para acceder al templo debemos descalzarnos y abonar
una pequeña cantidad de rupias si queremos fotografiar en su interior.
Según la religión jaimista, las mujeres que estén con
la menstruación no podrán acceder al templo y bien lo indican los carteles que
nos encontramos repartidos por todo el
edificio. Al igual, nos sorprende como
en los templos jainistas siempre podemos ver a un monje o a un cuidador
barriendo el suelo, a pesar de estar reluciente, el motivo es que no podamos
pisar ningún ser vivo: insectos o
pequeños bichos, ya que la religión jaimista respeta la vida de cualquier ser.Al ser vegetarianos, está prohibida la entrada con cualquier prenda que sea de piel. De hecho yo tuve que quitarme mi cinturón y dejarlo afuera.
Decenas y decenas de seguidores o simplemente de
visitantes hindúes acceden por una larga escalinata hacia el interior del
templo.
Una
hermosa imagen de multicolores verdes,
anaranjados, amarillos… es la que puedo contemplar en todas las mujeres que con
sus saris (vestido tradicional hindú formado por un largo lienzo de seda ligero
que se enrolla alrededor del cuerpo como vestido) engalanados entran y salen
después de visitar el templo.
Conocido
como el templo de las cuatro caras, tiene 29 salas y 1444 columnas que
sostienen los techos magníficamente tallados,
todas de distinta forma.
El templo de Ranakpur está dedicado a Anidatha, una importante figura dentro del jainismo, conocido por ser el fundador de esta religión. Se dice que es imposible contar todas las columnas, ya que están muy concentradas en el espacio.
La construcción del templo y la imagen cuadriculada simboliza la conquista de los cuatro puntos cardinales del Tirthankara, y por ello del cosmos.
Cuando paseo por el interior del templo, una mística
musiquilla me lleva hasta varios rincones del mismo. Paz, sosiego y
tranquilidad es lo que se respira en este laberinto de columnas, perfectamente
ubicadas, y sin que haya dos iguales.
Los saris de las señoras hindúes parecen andar solos,
como fantasmas andante en este bello complejo. Me fijo en un par de ellas, y
veo cómo pasan por debajo de un impresionante elefante tallado en mármol color
marfil.
De vez en cuando me acerco a los ventanales y me
asomo. Espectaculares vistas del entorno, todo verde y montañoso. Este lugar es
fascinante y digno de admirar. Creo que por sí solo merecería la pena un viaje
a la India.
El jainismo es una religión de la India que fue creada
en el siglo VI A.C por Majavirá. Él
decía ser el último omnisciente de una serie de maestros iluminados llamados
tirthankaras. Se trata de una religión nastika que no reconoce la autoridad de
los textos sagrados hinduistas ni de los sacerdotes brahmanes.
El mayor pecado para el jainismo es causar daño a un
ser vivo, aunque hay que evitar dañar la tierra, el agua o el aire.
Salimos ya del templo principal y en medio de la frondosa selva nos dirigimos hacia los templos de Neminath y de Parshvamath ubicados ambos en los alrededores.
La entrada a
estos templos son gratuitas.
Según una leyenda jaini, el principe
Parshva salvó en cierta ocasión a una serpiente que estaba a punto de morir a
manos del malvado Kamatha. Años más tarde Kamatha renació como un ser celestial
tras haber expirado sus pecados, y al ver al joven Parshva absorto en
meditación, desencadenó una tormenta
para asesinarle.
Pese a que la ferosidad de las aguas amenazaba con ahogarle. Parshva
continuó meditando serenamente. La serpiente a la que salvara la vida años
atrás, reencarnada en el señor de las serpientes acudió en su ayuda. Enroscó su cuerpo debajo
del de Parshva y lo elevó sobre las aguas.
Estos templos construidos en el siglo XV destacan especialmente por sus ventanas de piedra caladas y por las muchas esculturas con escenas eróticas que la decoran.
Abandonamos ya el complejo y nos dirigimos hacia Udaipur, situada a unos 60 kilómetros de distancia.
Udaipur
Ya por la tarde llegamos a Udaipur, tras tardar dos
horas en ese corto, pero bello recorrido repleto de montañas cargadas de
verdor.
Durante nuestro trayecto, en las estrechas carreteras
se nos iban atravesando todo tipo de animales, así que más de una vez los
frenazos del autobús nos hacían saltar de nuestros asientos.
Una vez en Udaipur nos dirigimos a nuestro hotel, un
excelente hotel muy confortable. Dejamos todos nuestros bártulos, nos pusimos
“guapos” y sobre las siete treinta quedamos un grupito para visitar Udaipur.
Conocida como la “ciudad de los lagos” o “la ciudad
blanca” o como “la ciudad del amanecer” o también con el sobrenombre de la
“Venecia de la india”.
Es una bella ciudad con múltiples atracciones,
imponentes palacios de mármol blanco, lujosos y verdes jardines y antiguos
templos.
Tras negociar con los conductores de los tuc-tuc (siempre
hay que regatear) nos dirigimos hacia la zona de los lagos.
Nos habían recomendado un restaurante, el Ambrai, situado en la orilla del lago Pichola y justamente en frente del gran palacio. Las vistas eran inmejorables y la comida algo cara para estar en la India pero riquísima. A saber, Tandori Aloo, Keshir malai panner y cheese naan. Mereció la pena, recomendable siempre que se viaje a esta hermosa ciudad.
Una vez que comimos, nos fuimos a dar una vuelta
nocturna por la zona del lago y por las estrechas callejuelas del centro.
Ya avanzada la noche, lejos del hotel y sin medio de
locomoción a nuestro alcance, contactamos en una tienda con un par de jóvenes,
con los que negociamos un precio para que nos llevara a nuestro hotel.
Día 8. Udaipur
Al día siguiente, desayunamos pronto, y sobre las nueve de la mañana partimos para visitar Udaipur, empezando por el palacio real (city Palace), situado a orillas del lago Pichiola.
Es un día caluroso, ya a primeras horas de la mañana el
termómetro supera los 35º C.
Este palacio está considerado como el más grande del
Rajasthan, fusionando los estilos arquitectónico rajastaní y mogol. Construido
sobre una colina, tiene unas espectaculares vistas sobre el lago, la montañas,
y sobre otros edificios históricos.
El palacio de la ciudad fue construido al mismo tiempo
del establecimiento de la ciudad de Udaipur por el Maharajá Udai Singl II, en
el año 1559.
La fundación d la ciudad y la construcción del complejo del palacio no puede ser considerado de manera aislada ya que los maharajás vivieron y administraron su reino desde este palacio.
La serie de palacios dentro del complejo de palacios
de la ciudad están orientado al Este (como era habitual en la dinastía de los
maharajá, la dinastía del sol) y bajo una espléndida fachada de 224 metros de largo y 30 metros de alto.
El aspecto único de este conglomerado es que el diseño
arquitectónico (una rica mezcla de
rajastaní, mogol, medieval, europeo y chino) es notablemente homogéneo y
llamativo.
El palacio ha sido construido en su totalidad con
granito y mármol. Los interiores del complejo del palacio con sus balcones,
torres y cúpulas muestran delicados trabajos con espejos, mármol, murales,
pinturas y trabajos en plata. El complejo ofrece unas hermosas vistas del lago
y de la ciudad de Udaipur desde sus terrazas superiores.
Una serie de impresionantes puertas proporcionan
acceso al complejo. Éstas son coloquialmente conocidas como Pols, y fueron
construidas en el año 1600 por el Maharajá Udai Singl II.
Dentro del complejo nos encontramos el Amar Villas, el
patio más alto, y que nos proporciona la entrada al Badi Mahal, se trata de un
pabellón de placer construido en estilo mogol con un espléndido jardín
colgante.
Este palacio conocido también como el Palacio Jardín está situado sobre una
formación rocosa a unos 27 metros del resto del palacio.
El Bhim Vilas
cuenta con una galeria de una colección notable de pinturas en miniatura que
representan las historias de la vida de Radha-krishna.
Otros lugares de interes dentro del complejo son el Chini Chitrashala, el Dilkhusha Mahal, el Sala Durbar, el palacio Fateprakash, el Shreesh Mahal… Si queremos ver bien todo el complejo, las tres o cuatro horas no hay quien nos la quite.
Maravillado
queda uno cuando pasea por esta obra de arte arqitectónico. Además su
formidable ubicación con vistas al lago la hacen inmejorables.
Tras casi
toda la mañana visitando el palacio, salimos de él con la sensación de que este
sería el palacio más hermoso que habíamos visitado hasta ahora, aunque eso
mismo es lo que pensamos cuando visitamos los otros. Cada día vamos a más.
Nos situamos ahora en el jardín de las doncellas (Shahelyon Ki Bari) , situado en la orilla del segundo lago de Udaipur, en el norte de la ciudad, con sus fuentes ornamentales, elefantes tallados en mármol blanco y un encantador estanque cubierto de lotos.
En el jardín, muy cuidado, se encuentran diversas especies de vegetales, impresionantes palmerales y árboles con vistosas flores.
Es mediodía y el sol aprieta, la temperatura ha subido
aún más, con lo que decidimos ir un poco al hotel, comer allí, descansar un
poco y después volver para seguir visitando Udaipur.
Sobre las seis de la tarde nos dirigimos hacia la zona
de los lagos.
Udaipur se localiza
al pie de los montes Aravalli, situándose al sur del estado del
Rajasthan. Existen varios lagos alrededor de la ciudad, entre los que destacan
el Pichola, el Fateh Sagar, el Udai Sagar y el Sharup Sagar. El mayor de todos
es el lago Pichola, situándose en el corazón de la ciudad.
En la misma orilla, empezamos a regatear con una joven hindú que vendía pulseras. Estaba sentada en los escalones del lago, junto a su marido y un bebe de pocos meses. La joven no creo que tuviese más de 16 años. En la India los bebes se tienen de forma muy prematura.
Nos trasladamos ahora por las callejuelas del centro de Udaipur y en una de sus arterias principales encontramos el templo Jagdish. Éste se levanta sobre una terraza alta y fue terminado en el año 1651.
Está unido a
una Mandapa (pabellón para realizar rituales públicos) de dos pisos. La Mandapa
tiene otra planta dentro de su techo piramidal, mientras que la parte hueca
sobre el santuario contiene otras dos plantas.
Unas empinadas escaleras nos acceden hacia el interior del templo, pero antes de subir nos detenemos para ver los collares de flores naturales que venden algunas señoras, y que los nativos compran como ofrendas para los dioses. Otras señoras venden pétalos de flores anaranjados, rosas, verdes… multicolores, algunos mendigan lo que pueden. Dos grandes elefantes flanquean la entrada del Jagdish Mandir. El templo nos impresiona cuando subimos.
Un variado multicolor de saris embellece el templo, es
uno de los más visitados del Rajasthan, y con razón lo es, sobre todo por la
ubicación sobre esta terraza.
La fachada está repleta de esculturas talladas:
guerreros armados, seres retorcidos por muchos brazos, pinturas…
Bajo uno de los elefantes, un santón o algo similar, al menos parece alguien venerable. Ataviado con una túnica anaranjada, larga barba y enmarañada, pinturas en la frente,
Ya dentro del templo, los sacerdotes y cuidadores no
paran de, con gran pulcritud, arreglar y cuidar todos los detalles del
interior: colocar los braseros, agitar plumeros, y de vez en cuando tocar un
curioso instrumento musical.
Muchos de los fieles se acercan y entregan sus
coronillas de flores, otros queman incienso en el braserillo colocado ante el
altar y se marcan la frente con ceniza.
Al poco se van
concentrando gran cantidad de mujeres (la gran mayoría bastante ancianas) que
se sientan formando un círculo en el centro del templo.
A continuación un par de señores cogen instrumentos
musicales, y sentados junto a todas las señoras, empiezan a tocar un melodioso
canto, que poco a poco me va enganchando.
El ritmo de la musiquilla cada vez más agradable de
oír y por unos minutos me vi inmerso y atraído por este canturreo.
El rostro de las ancianas desprendían mucha
experiencia, mucho trabajo, y por qué no, llegado a ese momento, alegría y
devoción. Mi mirada quedaba hipnotizada por tan variados colores, mis oídos
ensimismados por esa musiquilla y mi mente reflexiva, pensativa, contento de
estar allí, y que amablemente me habían aceptado como uno más de su grupo.
Ellas me miraron y con un vistazo insinuante y
respetuoso me invitaron a bailar. Yo no lo dudé, me encontraba inmerso en esa
fiesta, así que salí y junto a otro señor me puse a bailar.
Como despedida me regalaron una banda de color amarillo y con muchas insignias y representaciones hindúes, me la colocaron por el cuello, dejándola colgar por el resto de mi cuerpo, me habían bautizado como un santón más.
Yo estaba orgulloso de aquel detalle, fue un
emocionante momento.
Ya por la noche entramos a cenar en el restaurante
“Baba” que queda justamente en frente del templo, un buen lugar que nos habían
recomendado, y en el que como siempre pudimos degustar exquisitas comidas
hindú, algo menos picante.
Avanzada la noche nos fuimos repartiendo en los tuc-tuc
y nos dirigimos hacia nuestro hotel.
Día 9. Udaipur-Pushkar
Salimos sobre las 8,30 de Udaipur, y aunque solo eran 280 km los que nos separaba de Pushkar llegaríamos alrededor de las 4 de la tarde a nuestro destino. La carretera
era infernal, con mucho tráfico y en malas condiciones.
La ciudad de Pushkar, conocida también como la ciudad
de la peregrinación, está ubicada a la orilla de un pequeño lago con muchos
ghats y pequeños templos. La espiritualidad y la paz se respiran por cada uno
de sus rincones.
Es un lugar sagrado considerado como el rey de todos
los tiraths (rey de sitios de peregrinación). Para los hindús bañarse en su
lago durante la sagrada festividad de karthik Purnima limpia y redime de todos
los pecados y conduce a la salvación.
Los 52 gaths situados a lo largo del lago sagrado de
Pushkar la convierten en uno de los grandes centros de peregrinación para los
hinduistas.
Entre todos los templos, nos encontramos con el Brahma
temple, el único dedicado al Brahma de toda la India, siendo este el Dios hindú
de la creación.
Pushkar
significa nacido de una flor, y sin lugar a dudas es uno de los destinos donde
cualquier hindú debe de peregrinar al menos una
vez en su vida. Es una de las ciudades más antiguas del país y aquí es
donde se esparcieron las cenizas de Gandhi.
En la
cercanías del gran templo hindú, la muchedumbre se agolpa entre decenas de
tenderetes, y en donde el trasiego de creyentes es continuo. A veces cuesta
andar y lo más facil es tropezar a cada paso que damos.
Pushkar es una pequeña población que apenas alcanza
los 15000 habitantes, pero incluso aun así, parecen concentrarse todos en el
mismo lugar, en torno a lago.
Merece la pena zambullirse en este ambiente de gentío
y a la vez de espiritualidad. Es una sensación extraña la que uno percibe. Por
momentos te agobia el no poder andar, el ruido infinito; pero por otra parte
queda compensado con un aluvión de bellas imágenes que se van cruzando frente a
mis ojos. Cada escena es única y la quiero inmortalizar a través de mi retina y
el objetivo de mi cámara.
Poco a poco nos vamos dirigiendo hacia los ghats del lago. A nuestro paso, los críos se acercan a nosotros e intentan mendigar con palabras rutinarias aprendidas en inglés, las miradas profundas de algunos nativos parecen atravesar nuestro rostro, las mujeres con una sonrisa tímida y discreta intentan esquivarnos.
Este
paseo se convierte en un verdadero museo viviente de colorines y de extrañas
sensaciones.
En poco tiempo llegamos al lago. Nuestro guía nos
lleva a las escalinatas de uno de los ghats. Aquí nos esperaba una “decepcionante
obra teatral pensada para los turistas”, y dicho de paso, fue uno de los
momentos que más me defraudó de mi viaje a la india. Un sacerdote nos suelta su
sermón sobre la religión hindú, pero eso sí, a cambio de unas cientos de
rupias, que el imponía y que obligatoriamente exigía que se le diera.
En hindú nos hace repetir sus frases para salvar
nuestras almas, nos coloca la pulserita de la eterna juventud, y nos esparce
con pétalos rosáceos nuestras manos, y que posteriormente tiraremos a las aguas del lago.
Y después a pasar la cesta, llenarla de rupias y contradecirse
en todo lo anteriormente dicho sobre la riqueza, la pobreza, la familia, la
religión… Decepcionante.
Deseando que terminara aquel maltrecho paripé, empecé
a bordear el lago y a disfrutar del ambiente de toda la zona, que es lo que
realmente quería hacer, y no escuchar a un farsante, embaucador y vividor, disimulado
tras la túnica de su religión.
Delante de los ghats y según se bajan los escalones
hay unas pequeñas piscinas donde los creyentes se pueden purificar. Hay quien
dice que dentro del lago hay serpientes y por lo tanto optan por bañarse con mayor seguridad en estas.
Aunque según unas pintadas gigantes dicen que está
prohibido fotografiar, es difícil no hacerlo, el colorido y el ambiente te
incita a justamente lo contrario. Ahora eso sí, con respeto, ya que muchas de
las señoras están semidesnudas, y de ahí el motivo de la prohibición.
Familias enteras parecen disfrutar de un día de purificación. Es un espectáculo contemplar a tan variopinto ambiente.
El agua de cada ghat se cree que tiene distintos poderes, así el agua del Kund Naga se cree que da la fertilidad, el de Roop Tirth la belleza, la de kapil Vyapi cura la lepra y el de Kund Mrikand Muni concede el don de la sabiduría.
Cuenta la
historia hinduista que los dioses dejaron libre un cisne con un loto en el
pico. Allí donde el cisne dejara caer el loto, el Dios Brahma de cuatro cabezas
haría un gran iagaña. El sitio donde cayó el loto se llamaba Pushkar.
He de decir que para pasear por toda la zona del lago
hay que descalzarse, con lo que es importante ver por donde pisamos, ya que nos
podemos encontrar en el camino con todo tipo de suciedad puesto que muchos
animales andan a sus anchas.
Familias enteras se colocan frente a nuestras cámaras
para fotografiarnos con ellas. Algunas chicas con unos bellos rostros morenos y
ojos claros sonríen ante nuestra presencia.
Poco a poco vamos abandonando la zona del lago y de
nuevo nos dirigimos hacia las calles del interior.
Repletas de
tenderetes de diversos colorines, puestos callejeros en donde podemos comprar
hasta lo más impensable, pequeños garitos donde podemos comer, fruterias
improvisadas por el suelo… todo un enjambre de comerciantes que intentan ganar
unas rupias.
Nos trasladamos hacia la terraza del bar “out of de
Blue “, junto al lago y con unas
excelentes vistas.
El ir a este lugar, era intencionado, ya que lo
habíamos leído en una guía de viaje. Queríamos probar una curiosa bebida, el
“out of de Blue special”, era un lassi (especie de un yogur liquido) con un
poco de marihuana, por el que pagamos 150 rupias.
Pensábamos que eso de la marihuana sería una broma,
así que le preguntamos al camarero que
cuando y que efectos producía, pero siempre tomándolo con poca seriedad. El
camarero nos dijo, en algo más de media hora empezareis a notar los efectos.
Tras un rato de charla, de risas y de disfrutar de
unas bonitas vistas del lago, de nuevo seguimos callejeando por los oscuros
(nunca mejor dicho, en varias ocasiones nos quedamos sin luz) rincones de
Pushkar. Efectivamente aquello empezó a hacer efecto. Nos mirábamos a los ojos
y la risa era permanente, de vez en cuando íbamos pegando tumbo por los
tenderetes. Aquello no fue una broma, iba muy en serio y además duró varias
horas.
Sobre las nueve treinta de la noche nos dirigimos
hacia nuestro hotel, situado en las afuera de Pushkar. Un bonito hotel
compuesto con varias estancias en forma de casas unifamiliares repartidas en
medio de un gran jardín.
Una vez en el
hotel, algunos compañeros fueron directamente al restaurante a comer, otros,
todavía seguíamos con el efecto de aquella refrescante bebida, con lo que nos
fuimos por el camino más corto a la habitación.
Ya por la mañana sin resaca alguna, di un paseo por
toda la zona ajardinada del hotel y después a tomar un buen desayuno.
Preparamos nuestro equipaje y a partir de nuevo.
Como siempre que salíamos de un hotel, se nos
acercaban todos los mozos para llevarnos el equipaje. Aquí en la india el
chorreo de la propina es permanente, y aunque, como ya dije, que un euro
equivale a unas 80 rupias, cuando te das cuenta has soltado unos pocos de euros
a base de rupias y rupias.
A las nueve de la mañana partimos hacia la cercana y
polémica ciudad de Ajmer.
Día 10. Pushkar-Ajmer-Jaipur
http://antonio-bueno-todosmisviajes.blogspot.com.es/2014/12/india-rajasthan-y-utar-pradesh-agosto14.html