IR AL PRINCIPIO DEL VIAJE
Día 7. Bratislava-Pezinok-Bratislava
Un tren de cercanías nos lleva a Pezinok (1 € el
billete), situada a unos 22 kilómetros de Bratislava, saliendo uno cada hora;
yo cogería el de las 10, tarda unos 22’ en llegar a Pezinok.
Una vez en la estación me dirijo al centro que se
encuentra a unos 300 metros.
Esta pequeña localidad, era una de mis curiosas
visitas. No es un sitio turístico, solo alguna escapada de viajeros perdidos se
ven por aquí. Es un buen lugar para empaparse de la cultura eslovaca sin ánimo
turístico; es la esencia del país. Lo ojee en un libro, con lo que lo incluí en
mi ruta.Hay una pequeña oficina de información turística, con lo que allí me dieron un pequeño plano y me recomendaron lo que había que ver. Con un par de horas es más que suficiente, yo sin embargo estuve hasta el mediodía, cuando volví a Bratislava.
Pezinok tendrá unos 20000 habitantes y se conoce desde
el año 1208 bajo el nombre de Bozen. Fue nombrada ciudad real en 1647. Destacan
por su belleza el ayuntamiento de estilo
renacentista, construido en torno a 1600, y varias iglesias del siglo XIV y XV.
Otro edificio renacentista de gran interés es el que alberga el museo vitícola, que aunque estaba bastante recomendado, no llegué a entrar.
Realmente esta pequeña localidad tiene un par de
peatonales calles centrales en donde se concentra lo que hay que ver. Yo además
de verlo, quiero perderme por otras zonas más locales del pueblo, en el que
quise respirar un verdadero ambiente local.
Paseando hasta el final del pueblo, me llama la
atención las coloreadas fachadas de muchas de sus casas: verdes, celestes,
anaranjadas, marrones…muchas de ellas son pequeños establecimientos de comida y
de ropa. Los precios de lo que venden son realmente barato. Entro en una
frutería y aprovecho para comprar algunas piezas de fruta.
Es la hora de un aperitivo, así que aprovecho para entrar en una cervecería en la que se reúne la gente del pueblo, junto a un mercado local.
Me tomo una refrescante cerveza, increíble, una jarra
de medio litro 0,85 céntimos y una bolsa de patatas fritas gigante 0,50
céntimos. Aquí varios señores charlan mientras que juegan a las cartas, la
camarera bromea a cerca de algo que tiene algún vecino (todo esto en eslovaco,
claro) así que yo como lelo simplemente me limito a observar. Algunos de ellos
me miran atónitos como diciendo ¡y este guiri que hace aquí!
Me dirijo ahora hacia una fortaleza, con algunas murallas incluidas. No hay suerte está cerrado, más que cerrado abandonado, así que me limito a pasear por el enorme parque que lo rodea.
En el centro del parque se encuentra un pequeño lago en el juguetean varias familias de patos; es el lugar donde ellos se remojan mientras los críos aprovechan para dar de comida a los pequeñines y a los muchos pavos reales que se ven por toda la zona arbolada.
A las 13:45 horas cogí el tren de regreso hacia
Bratislava.
De nuevo en
Bratislava
Una vez en la capital me voy directamente para visitar
el castillo, quizás el símbolo más representativo de Bratislava.
Situado sobre una colina a 74 metros de altura por
encima del Danubio y 212 sobre el nivel del mar, caracteriza el perfil de la
ciudad.
Podemos subir a él por varias escalinatas que
atraviesan una zona arbolada, o bien por una de las calles que la circundan. En
cualquiera de ambos casos, podremos ir disfrutando de hermosas vistas sobre la
ciudad. Una de las entradas principales es la
Viedenska brana (Puerta de Viena).
La existencia de este castillo como asentamiento, se
remonta al año 907, pero fue a partir del siglo XII cuando se convertiría en
una fortaleza románica que, a su vez sería reformada por los húngaros.
Este castillo asumió las funciones de residencia de la
familia real húngara entre 1761 y 1765, después de que fuese un baluarte
inexpugnable frente a la expansión de las invasiones otomanas.
Por su forma de cuadrilátero con torres en las
esquinas le ha proporcionado el apodo de “mesa volcada”.
Actualmente es la sede de representación del
Presidente de la República Eslovaca, y
además de dar cabida a exposiciones temporales, alberga colecciones
arqueológicas e históricas en el museo arqueológico.
Bajando de
nuevo hacia el centro de Bratislava, atravieso el puente sobre la carretera y me adentro en las antiguas
murallas de la ciudad.
En un paseo a través de ellas, nos retrocede a tiempos
pasados, al poco, llegamos a la catedral de San Martín.
Callejeando de nuevo por el casco antiguo, desemboco en la rambla de Hviezdoslavovo (junto al Danubio), en donde aprovecho para sentarme en una de las muchas terrazas y tomarme una enorme cerveza por poco más de un euro. Al final de la rambla llegamos al edificio del Teatro Nacional. Este es el más antiguo teatro profesional de Eslovaquia, que consta de tres partes: ópera, ballet y teatro.
Bordeando el Danubio, me dirijo hacia el edificio de la Universidad y desde ahí, circundando el casco antiguo de nuevo me adentro en él. Busco un sitio donde sentarme a comer (hay decenas de ellos) cerca de la plaza del ayuntamiento. Pido una rica cerveza negra y una sopa goulash.
Me quedo un rato escuchando música en unas de las plazas, mientras, el gentío se va agolpando por las calles de la ciudad. El ambiente está servido a estas horas de la tarde. Las terrazas empiezan a estar atiborradas de clientes, y en todas las mesas se ven enormes jarras de cerveza: rubias, negras…de muchas marcas y sabores distintos. Las calles se preparan para una larga velada.
Regresando ya para el albergue, y cerca de él, visito
los jardines y el Palacio de Grassalkovich. Es un palacio de verano de estilo
rococó y barroco tardío con un bello jardín francés. Fue construido en 1760
para el Conde Antal Grassalkovich, un noble húngaro que era el jefe de la
cámara húngara. Actualmente es la sede del Presidente de la Republica de
Eslovaquia.
Sobre las 21:00 horas ya estaba en el albergue, tomé
un refresco en el bar del mismo (invitación de bienvenida), y después de
contemplar el ambiente de los jóvenes
mochileros hospedados, partí hacia mi habitación. Mañana tendré un largo día de
trasbordos hasta llegar a Banska Stiavnika.
Día 8. Bratislava-Banska Stiavnika
En un trayecto total de 172 km, tardando unas cuatro
horas aproximadamente, y costándome el billete 11 €.
El tren que me lleva a Svolen es como aquellos que
cogía en España hace ya bastantes años; con compartimentos para seis personas y
con unos asientos que se pega al cuerpo. El tren va casi vacío, yo soy el único
pasajero de mi compartimento, y no más de diez en todo el vagón, sobre todo
pasajeros eslovacos. Me da para disfrutar del paisaje y para reflexionar y
pensar sobre mis cosas.
Tras un primer tramo de trayecto totalmente llano, una
hora después aproximadamente, empezaron a asomar las verdes montañas eslovacas
y el paisaje se fue tiñendo de frondosos bosques y pequeños montes.
De vez en cuando salía al desierto pasillo y
disfrutaba del paisaje en un silencio infinito, solo yo, y de vez en cuando el
revisor pasaba para pedirme el billete.
El reloj marcaba las horas rápidamente y yo, sobre el
mapa iba efectuando el recorrido que llevaba y lo que me faltaba hasta llegar a
Svolen.
Paso por el apeadero de Zarnovica, y al consultar con
mi mapa, veo que queda poco, pero el reloj parece avanzar más rápidamente y
empiezo a detectar que el tren llegará a mi destino con algunos minutos de
retraso. Le pregunto y le insisto al revisor de la hora de llegada, “tengo que
hacer un trasbordo”. Solo tengo 13 minutos de margen. El revisor me dice “en
eslovaco y con alguna palabra suelta en inglés” que no me preocupe llegará a
tiempo. Miro el reloj y todavía no hemos llegado, el minutero ha dejado atrás la hora de llegada prevista.
Pienso, “cuando llegue el otro tren se habrá ido”. Por fin llega al apeadero de
Svolen, con veinte minutos de retraso.
Cojo al revisor por el brazo y le digo que por favor me indique de donde sale
“o salía” el otro tren hacia Banska Stiavnika. Menos mal, por fin respiro a
gusto, mi pequeño tren está esperando que llegase el que venía de Bratislava, o
sea el mío.
Menuda sorpresa cuando veo el tren, un único vagón con
vía especial, solo nos dirige hacia Banska Stiavnika. Con razón era complicado
llegar hasta allí.
Cuando me monto al vagón, la señora revisora con una
buena fisonomía eslovaca da la orden al maquinista para que se ponga en marcha.
En poco más de media hora llegaremos a nuestro destino. Ahora sí que estamos
inmersos en medio de las montañas eslovacas. El tren pasa por varias aldeas, en
donde las casas parecen estar todas pintadas de colores llamativos.
Sobre las 14:00 horas llegué a la solitaria estación
de Banska Stiavnika. Una vez en ella me situo en el mapa, no hay otra opción,
solo seguir carretera arriba hasta llegar al pueblo, en unos quince minutos
llego. Hace un calor infernal…sin comer y la carga de las mochilas…deseando
estoy de llegar…pero me temo que todavía quedaría un buen rato hasta localizar
el hostal.
Una
vez en el pueblo, pongo la dirección en el GPS de mi móvil para que me indique
el camino, está en un extraño, apartado y alto lugar, sobre una colina. Al
final tengo que preguntar por el hostal al que voy. Le pregunto a una chica,
con la que mantengo una conversación con algunas palabras en inglés y mucho en
italiano (no es que yo sepa italiano, sino que más o menos se entiende). La
indicación que me da es a través de la carretera o por medio del campo, opto
por la segunda. Chorreando de sudor hasta llegar a lo alto de la colina, por fin
llegué.
¡Vaya
vistas del pueblo desde el hostal!, ha merecido la pena el esfuerzo.
Ya en la recepción, que a la vez hace de restaurante,
lo primero que hago es tomarme una enorme cerveza bien fresquita. Me asignan la
habitación, la mejor y con las mejores vistas, la nº 5. Tras dejar todos los
bártulos, directamente me dirijo para la ducha. Una buena habitación, excelente
lugar y recomendable 100%.
Rápidamente me dirijo de nuevo hacia el pueblo para
visitarlo. Ya sabía el camino, así que tras quince minutos de bajada por el
camino del cementerio y algunas casas de campo llego al centro.
La entrada al pueblo la haré buscando directamente la empinada calle que poco a poco me acerca hasta la Plaza de la Trinidad, epicentro de los lugares más hermosos de Banska Stavinika.
Una vez en ella y situada al lado de la colina,
empiezo a disfrutar de esta visita en un lugar con apenas turismo y con grandes
atractivos.
Esta plaza en 1990 volvió a recuperar el nombre de Trojicni stip (columna de la Trinidad)
que la caracteriza. El trazado de la ciudad es de bastantes desniveles, con lo
que en su visita estaremos todo el rato subiendo y bajando, a la vez que
disfrutamos de excelentes vistas.
Lo
primero que hago, una vez que llego a esta plaza es buscar un restaurante donde
comer. Con tantas caminatas de subidas y bajadas tengo un hambre feroz, así que
como en uno de los restaurantes que hay en la misma plaza.
A continuación empiezo a callejear por todos sus
bellos rincones.
Esta ciudad está situada en el centro de una enorme
caldera creada por el colapso de un antiguo volcán. Debido a su tamaño, la caldera
es conocida como Montañas Stiavnika. Debido
a sus grandes atractivos y preservados de forma medieval, fue declarada como
Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en el año 1993.
La plaza de la Trinidad es el corazón de la ciudad y
en ella están situados el museo minero, al igual, en las partes altas de la
ciudad se encuentran los castillos, denominados el Nuevo y el Viejo. Adyacentes
a la plaza se encuentra el Ayuntamiento y la iglesia de Santa Catalina.
Pasear por esta ciudad es toda una gozada, disfruto
cada vez que descubro una nueva vista desde lo más alto, un nuevo rincón, aún
más bello del que ya había visto…
Subiendo por
la calle Akademicka, ésta se ensancha para formar un pequeño triángulo en la
Plaza del Levantamiento Nacional Eslovaco.
Un poco más adelante se encuentra la fachada de la
iglesia luterana que fue construida entre 1794 y 1796; encontrándose cerca de
ella la iglesia católica de Santa katarina.
En torno a la Columna de la Trinidad se encuentran
varias casas de los siglos XVI y XVII, como por ejemplo la Hallenbachov que es la sede de la exposición de minerales del Museo
Minero.
Subo por una callejuela que me lleva a la parte alta,
detrás del castillo Viejo y desde ahí
recorro toda la ciudad, pudiendo
disfrutar de unas maravillosas vistas. Destacando todos los campanarios y
torres de las iglesias y allá a lo lejos El
Calvario.Bajo de nuevo hacia la plaza de la Trinidad, y desde allí, poco a poco me dirijo hacia el otro extremo del pueblo, buscando algún sitio donde cenar. Al final opto por entrar en un supermercado y comprar cosas de comida para tomármelas en la terraza del hostal, pero antes me doy el capricho de tomarme un helado por solo 40 céntimos, ¡que barato!
Poco antes de las nueve de la noche ya estaba en el hostal, disfrutando de nuevo de unas excelentes vistas y de un coqueto jardín, ubicado en el mismo hostal.
Preparé la mesa y las sillas que estaban en la
terraza, y saqué todas las cosas de comida que había traído.
¡Qué maravilla de lugar!, ¡Qué fresquito!, ¡Que
vistas!...Mientras degustaba mis exquisitos bocatas combinado con unas buenas
cervezas, contemplaba el centro de Banska Stiavnika, en la que poco a poco la
obscuridad se iba a apoderando de sus calles, solo iluminada por los grandes
focos de sus iglesias.
Un silencio infinito es mi fiel acompañante, yo solo,
con mi pensamiento y mis reflexiones…así durante dos horas contemplando este
hermoso lugar remoto de las montañas del centro de Eslovaquia.
Tras un largo día de viajes y visitas, el sueño me
empezó a vencer y poco a poco me fui
retirando hacia mi aposento, contento por este maravilloso día.
Día 9. Banska Stiavnika-Budapest
Mi tren con dirección a Budapest saldría a las 12.00,
con lo que todavía tendría tiempo para dar una vuelta por la zona del hostal. A
las ocho ya estaba en planta y desayunando en mi terraza, con un bonito
amanecer.
Dejé todas las cosas preparadas y me fui a dar una vuelta por los alrededores del hostal. Ubicado en zonas de urbanizaciones, con muchas casitas de colores y fabulosos chalets. Rodeado de grandes zonas verdes y arboladas, las vistas desde todos los lugares son magníficas.
Me adentré por varias calles y senderos que habían
habilitados y que se encontraban entre las casas. Durante una hora
aproximadamente estuve andando y disfrutando de unas excelentes vistas. Volví
al hostal, y sobre las 10:30 partí hacia la estación de Banska Stiavnika, a la
que llegaría una hora después, tras un recorrido de unos tres kilómetros.
Hoy tendré un largo día de viaje, a pesar de que solo
hay una distancia de 252 km entre Banska Stiavnika (Eslovaquia) y Budapest
(Hungría), pero con muy mala combinación de trenes, en la que tendría que hacer
varios trasbordos y con grandes esperas, además de un par de incidentes en el
trayecto. Ahí va toda la combinación:
Banska Stiavnika-Hronska Dubrava (12:00-12:28),
Hronska Dubrava-Nove Zamky (14:03-17:08) y Nove Zamky-Budapest (teóricamente
18:45-20:35) y que en realidad se convirtió en Nove Zamky-Sturovo-Budapest
(20:25-21:15-21:30-23:10).
Media hora antes de la salida de mi tren, ya estaba en
la solitaria y fantasmagórica estación de Banska Stiavnika. Solo un crío, hijo
del guarda de la estación, correteaba
por los arcenes y por un pequeño jardín
algo descuidado. Pocos minutos antes de que el tren (vagón partiera, algunos
habitantes del pueblo vinieron para coger dicho tren.
Ya montados, y con la hora prevista de llegada a Hronska Dubrava, me apeé yo solo en dicha
estación. Tenía tiempo de sobra, así que anduve hasta el pueblo (más bien
aldea, solo algunas casas salpicadas) buscando algún sitio donde comer. Aquello
estaba desierto, no había nadie por las calles, y por supuesto ningún lugar
donde comer.
Volví a la estación y me quedé en el pequeño
restaurante que allí había. Sin entenderme en eslovaco y utilizando el idioma
de los gestos cuando se tiene hambre, por fin me enteré que es lo que tenía
para comer.
Pedí un menú por el que solo pagué 3 € y una cerveza
de algo más de medio litro por 1 €.
Comía yo solo en aquel pequeño salón; de vez en cuando
venía la señora camarera, que a la vez hacía de cocinera y de cajera, para
preguntarme que tal la comida.
Todavía me faltaba algo más de media para la llegada
de mi tren, con lo que esperé en el interior del bar, curioseando sobre algunos
personajes locales que se acercaban a dicho bar: obreros que empalmaban una
cerveza tras otra, el que se pega siempre en la barra del bar, el borrachín del
pueblo…
Cogí mi siguiente tren a la hora prevista y llegando a
su hora a la estación de Nove Zamky. El viaje lo hice tranquilo y prácticamente
en solitario en todo el vagón.
Ya durante todo el trayecto, el cielo se fue
ennegreciendo por segundos, descargando una buena tormenta de agua y granizo.
Ya en la estación seguía diluviando, mientras yo me tomaba una agradable
merendola en el bar de la estación, contemplando
la lluvia desde los ventanales.
Los minutos pasaban lentamente, así que aproveché para
escribir este diario, mientras que la espera para el siguiente tren se hacía
interminable. Pero…poco antes de la salida, en los paneles informativos
indicaba que ese tren vendría con un retraso de media hora…después de una
hora…de hora y media... Algo importante había pasado. El tren venía de Hamburgo
con dirección Viena. Pregunté cuál era el motivo, pero no lo sabían.
¿Posiblemente un problema en las vías?
Por fin a las 20:22 el tren salió hacia Sturovo (frontera con Hungría), una vez allí el revisor nos hizo bajar a todos los mochileros hasta la espera de un nuevo tren, que por fin nos llevara a Budapest.
Yo me
senté en un compartimento en el que viajaban dos muchachas jóvenes de Alemania,
también mochileras. Intercambiamos las típicas preguntas viajeras, y entre
otras, la gran pregunta ¿A qué se había debido el retraso? Sin obtener
respuesta por parte de nadie. Junto a mi compartimento, viajaban dos parejas de
españoles que estaban haciendo la típica ruta: Praga-Viena-Budapest. Tampoco
sabían que es lo que había pasado…como hacía tiempo que yo no hablaba español
me puse a charlar un rato con ellos, hasta que poco antes de llegar a Budapest,
y sin saber dónde estábamos, el revisor nos hizo bajar a todos los mochileros,
era el final del trayecto. Sin entender nada, todos bajábamos del tren, en un
lugar obscuro y sin saber dónde estábamos ubicados, ¡una cosa extrañísima!
Empezamos todos a andar bajo una intensa lluvia hacia una parada de autobús (14
E), y allí nos montamos en uno que nos llevó hasta una boca de metro, en el que
ya cada uno se buscó la vida para ir a su lugar de destino. Menos mal que yo ya
manejaba el tema del metro en Budapest, con lo que cogí mi línea (azul nº 3), y
sobre las doce de la noche llegué al mismo albergue en el que ya me hospedé
anteriormente. ¡Buen día de trajín!
Día 10. Budapest-Holloko-Budapest
Desde que proyecté este viaje, uno de los lugares que tenía un especial interés en visitar, era Holloko, ya que éste es el único sitio de Hungría que está declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Aunque en un principio tenía planeado coger un autobús directo que Salía a las 8:30 desde Budapest, debido al ajetreo del día anterior, preferí coger otro, que aunque había que hacer trasbordo y salía a las 11:30, lo prefería. De este modo, tras un tranquilo desayuno, me dirigí hacia la estación de autobuses de Ujpest-Varoskapu autobusz vegallomas XIII, cogiendo la línea nº 3 azul del metro. Una vez allí fue una odisea verdadera enterarme de los horarios del trasbordo, el lugar en el que lo hacía y las horas de llegada…y todo esto, porque la chica que emitía los tiques solo hablaba húngaro y nada de inglés, y yo de húngaro estoy más bien frito. Así que tras 15 minutos haciendo dibujos en un papel y a base de flechas para arriba y para abajo pude conseguir sacar los billetes con toda la información. La combinación fue la siguiente, ida: Budapest-Szecseny-Holloko (11:30-13:30-13:35-14:00) Vuelta: Holloko- Szecseny-Budapest (16:00-16:25-16:30-18.30).
Por fin, ya estoy en Holloko. Este diminuto pueblo está situado a unos 100 km al norte de Budapest, junto a la frontera con Eslovaquia. Ubicado en un angosto valle de los montes Cserbat, formando parte de las montañas del Tatras, repartidas también entre Eslovaquia y una porción en Polonia.
Como dije anteriormente es el único pueblo que ha
conseguido ser designado Patrimonio de la Humanidad.
Holloko es muy pequeño, solo está formado por una
calle de unos 500 metros de longitud y a ambos lados de la misma, hermosas
casitas.
El pueblo entero es un museo al aire libre; está formado
por una bella iglesia, pintorescas casas coloreadas con bellos jardines
cargados de flores, algunos atractivos restaurantes haciendo juego con el
pueblo y algunas tiendas de suvenires ubicadas en las mismas casas.
Los “Paloc” viven aquí desde el siglo XII, época de la
que data el castillo de Szarbegy, y su lengua y forma de vestir poseen un gran
colorido. Las 58 casas, iglesias y talleres protegidos por la Unesco no tienen
más de 150 años de antigüedad, ya que antaño estaban construidas con madera y
paja, pero varios incendios devastaron el pueblo y fueron reconstruidas con ladrillos
y tejas.
De forma muy simpática y agradable me enseña todas sus obras de arte; está claro que si puede sacar algunos florines a los pocos visitantes que se ven por aquí, pues mejor que mejor.
Paseando un poco más hacia adelante, me reclama otra
abuelita. En esta ocasión lo que estaba vendiendo eran pastillas de jabón,
hechas de forma casera y con varios aromas.
Hace un calor infernal, y son casi las tres de la
tarde, así que hago una parada para comer en uno de los coquetos, buenos y
baratos restaurantes que hay por aquí.
¡Qué buena pinta tiene este restaurante! Y no me equivoqué. Exquisita comida en un agradable ambiente. Pedí un Cyganypecsenye vegyes Körettet (plato con varios filetes empanados con deliciosos ingredientes, una gigantesca guarnición de ensaladas, patatas fritas, huevos fritos y pancetas fritas, y como no, dos enormes cervezas húngaras de medio litro. Todo 2200 florines, unos 8 €. Lugar recomendable 100%.
Una vez comido, ya había visto todo el pueblo, solo me faltaba subir al castillo. Un autobús me salía a las 16:00 horas y ya el otro a las 18:00, con lo que me apresuré utilizando mis dotes de montañero para subir al castillo y regresar en el de las 16:00, ya que el otro me parecía mucho tiempo para estar todavía aquí.
Al castillo de Holloko se puede acceder por un pequeño callejón que hay entre algunas casas, está indicado. Tendré que subir por un senderillo que atraviesa un bosquete, en diez minutos a marcha forzada ya estaba arriba, aunque debo de reconocer que con el estómago lleno de la comida, no era demasiado apetitoso, pero no había otra alternativa si quería coger el autobús de las 16:00.
Esta fortaleza del siglo XIII destruida por los turcos
durante la retirada y fue reconstruida y restaurada en el año 1996. Una vez
arriba disfrute de las vistas, pero obviamente no llegué a entrar a su
interior. Tampoco lo daba como algo especial. Después de haber visto tantos
castillos y fortalezas, tampoco me perdía nada.
Bajando, casi corriendo por el empinado sendero, me
dirigí a la parada del autobús, y ya a la hora prevista y con el consiguiente
trasbordo llegué a Budapest a las 18:30 horas.
De vuelta en
Budapest
Una vez en la capital, cogí el metro y me dirigí hacia
la zona centro comercial, esto es la calle Vaci.
A estas horas de la tarde el ambiente ya estaba servido en esta bulliciosa
calle peatonal. Me lo tome en plan tranquilo, paseé por la zona y disfruté de
la música que algunos grupos tocaban en las terrazas de las cafeterías y
restaurantes. Aproveché para comprar un par de detallitos de regalos.
Sobre las 20:30 volví a mi albergue, dando por
finalizado la jornada de hoy.
Día 11. Budapest
Este sería mi último día de estancia en Budapest, al
igual que de mi viaje. La jornada la dedicaría a visitar todos aquellos lugares
que todavía tenía pendiente: el Gran Mercado Central, subida a la colina del
monte Guellert, y el barrio judío. Así que disponía de casi todo el día para disfrutarlo de forma
tranquila, ya que hasta las 00:05 horas no partiría mi avión. Preparé las
mochilas y las dejé en el albergue hasta por la tarde.
Una vez desayunado, sobre las 10:00 empecé la ruta. Mi
primer destino fue el Gran Mercado Central que se encuentra junto al puente de
la Libertad. Para llegar a él, tuve que recorrer la bulliciosa y concurrida
calle peatonal de Vaci.
Este mercado es uno de los atractivos turísticos de
Budapest, al igual que el de la Boquería de Barcelona, en las ramblas.
El Mercado Central de Budapest, conocido como el Gran
Salón del Mercado de Budapest es la plaza de mercado cubierta o bajo techo más
grande de Hungría, siendo este uno de los edificios más emblemáticos de la
capital húngara.
Este edificio de comenzó a construir a finales del
siglo XIX, concretamente en 1894, por el arquitecto Samu Pecz, pero su
inauguración fue en el 15 de febrero de 1897, tres años después. El motivo de
dicha construcción fue para controlar la calidad de los alimentos y mejorar el
estado de conservación de los mismos ya que a finales de dicho siglo, la
población estaba sufriendo muchos problemas sanitarios.
El mercado está dividido en dos plantas; la planta
baja es donde se encuentran todos los puestos de frutas, verduras, carnes…y la
primera planta está repleta de tiendas de suvenires y de bares, en donde
podemos comer.
A estas horas de la mañana el mercado está a rebosar, así que esquivando a la gente, doy un paseo por los puestos de frutas, verduras… llamándome la atención que no vi ninguno de pescados.
Hora de comer, ya tenía visto uno que me lo daban como muy bueno y que servían comida típica húngara, el restaurante fakanal, situado junto a las escaleras de subida. Estaba a rebosar, con colas que llegaban hasta la puerta, con lo que busqué otro sitio donde tapear algo. De los muchos tenderetes que hay, opté por uno en el que tuve que compartir mesa con una pareja de catalanes.
Pedí una extraña comida en forma de cucurucho con verduras, carne y varias salsas. Era difícil de comer, chorreaba por todas partes, pero con una buena cerveza húngara entraba bien. Aprovechando que estaba sentado junto con esa pareja, entre comer y comer no dejábamos de charlar.
Eran Montse y Jordi, dos típicos nombres catalanes. Era la primera vez que salían de España ellos solo (cosa rara siendo de Barcelona) y habían cogido una estancia de una semana en Budapest (demasiado tiempo, hasta para aburrirse) querían empezar a probarse en este apasionante mundo del viajar. Al final, nos tiramos una larga hora de charla…
A continuación me dirigí a la cercana colina de Guellert para disfrutar de unas impresionantes vistas desde el monumento de la Liberación. Para ello primero, tendré que atravesar el Danubio a través del puente de la Libertad.
A estas horas de la mañana el mercado está a rebosar, así que esquivando a la gente, doy un paseo por los puestos de frutas, verduras… llamándome la atención que no vi ninguno de pescados.
Hora de comer, ya tenía visto uno que me lo daban como muy bueno y que servían comida típica húngara, el restaurante fakanal, situado junto a las escaleras de subida. Estaba a rebosar, con colas que llegaban hasta la puerta, con lo que busqué otro sitio donde tapear algo. De los muchos tenderetes que hay, opté por uno en el que tuve que compartir mesa con una pareja de catalanes.
Pedí una extraña comida en forma de cucurucho con verduras, carne y varias salsas. Era difícil de comer, chorreaba por todas partes, pero con una buena cerveza húngara entraba bien. Aprovechando que estaba sentado junto con esa pareja, entre comer y comer no dejábamos de charlar.
Eran Montse y Jordi, dos típicos nombres catalanes. Era la primera vez que salían de España ellos solo (cosa rara siendo de Barcelona) y habían cogido una estancia de una semana en Budapest (demasiado tiempo, hasta para aburrirse) querían empezar a probarse en este apasionante mundo del viajar. Al final, nos tiramos una larga hora de charla…
A continuación me dirigí a la cercana colina de Guellert para disfrutar de unas impresionantes vistas desde el monumento de la Liberación. Para ello primero, tendré que atravesar el Danubio a través del puente de la Libertad.
Antes
de empezar a subir los cientos de escalones y cuestas pasamos por una capilla
rupestre, lugar de culto de los católicos húngaros.
Recién comido y a esta hora del mediodía, francamente,
se hace largo esto de tantos escalones, pero no hay otra, así que a descansar
cada poco y disfrutar de las vistas.
Se trata de un cerro rocoso de 235 metros de altitud,
situado al sur de la colina del castillo, desde el que podemos disfrutar de
unas maravillosas vistas del Danubio y de la ciudad de Pest.
En la cima el elemento más destacado es el Monumento de la Liberación, cuyo perfil es visible desde cualquier punto de Pest, especialmente con iluminación nocturna. Inicialmente fue una obra dedicado a los soldados soviéticos que liberaron Budapest que tras la caída del régimen comunista fue oportunamente reconvertida en homenaje a los luchadores húngaros.
En la cima el elemento más destacado es el Monumento de la Liberación, cuyo perfil es visible desde cualquier punto de Pest, especialmente con iluminación nocturna. Inicialmente fue una obra dedicado a los soldados soviéticos que liberaron Budapest que tras la caída del régimen comunista fue oportunamente reconvertida en homenaje a los luchadores húngaros.
Por último, me traslado ahora al barrio judío; para
ello de nuevo tendré que atravesar el Danubio y siguiendo la avenida
Rakoczi llego a este histórico barrio.
La gran Sinagoga es su mayor exponente. Domina con su brillante silueta de reminiscencias mozárabes en la otra avenida de karoly Körut. Fue construida entre los años 1854 y 1859 en estilo bizantino-morisco con fachada de ladrillos blancos y rojos y frisos de cerámica.
Dentro del mismo se encuentra el Museo Judío y el Cementerio de los héroes donde fueron enterrados los habitantes del gueto durante la ocupación nazi, y el Árbol de la Vida en homenaje a los 600000 judíos húngaros asesinados por los nazis.
Intenté entrar pero ya estaba cerrada, con lo que me
limité únicamente a visitarla por fuera.
La gran Sinagoga es su mayor exponente. Domina con su brillante silueta de reminiscencias mozárabes en la otra avenida de karoly Körut. Fue construida entre los años 1854 y 1859 en estilo bizantino-morisco con fachada de ladrillos blancos y rojos y frisos de cerámica.
Dentro del mismo se encuentra el Museo Judío y el Cementerio de los héroes donde fueron enterrados los habitantes del gueto durante la ocupación nazi, y el Árbol de la Vida en homenaje a los 600000 judíos húngaros asesinados por los nazis.
A la espalda de la sinagoga, continúan algunas calles
del barrio judío y que prácticamente a excepción de ésta y otra sinagoga
ortodoxa, en todas han desaparecido el ambiente judío que antaño se respiraba.
El paseo por estas calles, poco o nada hay que
destacar, con lo que abandono el barrio judío y me dirijo hacia la cercana
plaza de Deak Ter.
Ya sobre las 18:30 caminé hacia el albergue con la
intención de recoger mis mochilas y dirigirme hacia el aeropuerto. Mi visita a
Budapest había finalizado. Aunque había una cosa importante en Budapest que no
vi, y no por falta de tiempo, sino porque no estaba muy interesado en ello, a
pesar de ser una de las atracciones de esta capital húngara. Los baños termales
y sus manantiales, procedentes de 14 fuentes subterráneas. Los baños Rac y
Rudas, según he leído son “los más turcos” de la ciudad. Así que a pesar de no
haberlos visto, será otra visita obligada para cualquiera que visite esta hermosa
ciudad.
Ya tenía claro la línea de metro que tenía que coger
(azul nº 3), llegando hasta la última parada, y cogiendo allí el autobús 200E
que me dejaría en el aeropuerto. Sobre las 19.30 ya estaba en la terminal 1
mirando los paneles de información para ver mi vuelo con dirección a Barcelona.
Me llamó la atención que no aparecía, con lo que sin entenderlo y algo
mosqueado pregunté a la chica de información.
En mi reserva aparecía que salía de la T1, pero por lo visto hubo un cambio y dieron la salida desde la T2, menos mal que ambas estaban pegadas y además iba con tiempo de sobra. Así que a las 20:00 horas ya estaba en mi terminal, gastando los pocos florines que me quedaban sueltos en un café y a matar las horas hasta la salida del vuelo. Sentado en la terraza del bar, terminé de escribir mi ruta diario por estos tres países y que durante estos 12 días los he disfrutado, viajando solo, como aquellos recuerdos lejanos que ya tenía casi olvidados.
Día 12. Budapest-Barcelona-Sevilla
A las 00:05 salió mi vuelo con destino Barcelona; como
no tenía que facturar, directamente me dirigí hacia mi puerta de embarque.
Puntualmente salimos llegando a Barcelona en torno a las 2:30. Aquí vendría lo
peor, buscar un buen asiento en donde pasar toda la noche, hasta las 8:00 de la
mañana que salía mi avión hacia Sevilla. Este es el sacrificio que hay que
hacer para volar a precios muy baratos entre capitales europeas. Entre tumbos y
tumbos, tomar algún refresco y dar varias cabezadas, me dieron las seis de la
mañana, hora en donde el aeropuerto empieza a despertar y yo aprovecho para
tomar un desayuno calentito y poco a poco ir despertando. A la hora prevista
salió mi vuelo hacia Sevilla, y ya en el avión no dejaba de recordar tan bellos
lugares visitados y haciendo planes para mi próximo viaje…
No hay comentarios:
Publicar un comentario