Tras realizar la ruta de montaña al pico Cielo en el día anterior, al día siguiente nos fuimos a la costa de los acantilados de Maro-Cerro Gordo en el que a continuación se describe la ruta, y que en su momento escribió mi compañero Lorenzo y en este reportaje lo he dejado plasmado.
La ruta tendrá un recorrido circular de unos 6 kilómetros con un desnivel acumulado de unos 300 metros, en la que podemos tardar unas tres horas con paradas, y disfrutando de los acantilados, las playas...y una buena cerveza en el camino.
Después de desayunar nos dirigimos hacia
los acantilados de Maro por la N-340 (se
puede tomar la autovía A7, pero después hay
que volver hacia atrás y no interesa). Hay que
pasar la población de Maro y en una rotonda
tomar la salida que indica Playa del Cañuelo. A
pocos metros hay un aparcamiento donde
dejamos los vehículos.
Comenzamos a bajar por la pista hasta la playa,
el día está espléndido y dan ganas de bañarse. El
agua en estas playas de guijarros o arena gorda
es muy transparente, porque no se levantan los
fondos, y con las algas y la luz incidente toma
colores asombrosos.
Vamos paseando tranquilamente,
conversando, disfrutando del clima y
del paisaje, y nos entretenemos en la playa subiendo
por las rocas y asomándonos a las calas.
Desde la playa del Cañuelo hay que subir por un sendero empinado hacia el Peñón del Fraile.
Nos vamos asomando a cada saliente para disfrutar de las vistas, luego retornamos al camino
para seguir adelante.
El siguiente hito es la Torre de la Caleta, una antigua torre vigía restaurada
de las que hay tantas por aquí. Volvemos unos metros sobre nuestros pasos y continuamos.
Desde nuestra posición se ve la ladera de Cerro Gordo plagada de chalets privilegiados con
magníficas vistas al Mediterráneo, y un carril asfaltado que baja hasta la playa de Cantarriján a la que nos dirigimos.
Ya cerca de la playa nos
metemos en el cauce del arroyo del mismo
nombre, una ancha rambla con grandes piedras
que marca el límite entre las provincias de Málaga
y Granada.
Un pino caído cruza el arroyo a
modo de puente, a pesar de su horizontalidad
está vivo y bien enraizado y frondosa su copa,
no podemos resistir la tentación de montarnos
sobre él.
Cuando llegamos a la playa son cerca de las dos,
una hora apropiada para tomar unas cervezas,
descansar un poco y comentar las incidencias de
la ruta, cosa que hacemos en el restaurante La
Barraca, donde los ingleses toman el sol alucinando
con el clima y el paisaje.
Ya solo queda regresar a los coches remontando
el cauce del arroyo de Cantarriján. Donde podemos
vamos tomando pequeños senderos que
discurren paralelos al arroyo, más cómodos para
andar que el lecho pedregoso, pero en otros
tramos no hay más remedio que meternos en él.
Más arriba, cuando lo abandonamos definitivamente,
ya con el lugar donde dejamos los vehículos a la vista, Rosa encuentra algunas setas:
un níscalo grande, un par de boletus y alguna otra, pero después de tanto tiempo sin llover
había muy pocas. Y por fin, hacia las tres menos veinte estábamos descalzándonos las botas,
cuatro horas de divertida ruta por estos bellos parajes marineros.
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