miércoles, 2 de septiembre de 2015

Viaje a Nepal, via Qatar (Julio/15) parte (III)

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viene de Parte (II)

http://antonio-bueno-todosmisviajes.blogspot.com.es/2015/09/viaje-nepal-via-qatar-julio15-ii-parte.html



Buen dilema, ¿Qué desayunamos? Arroz con arroz y más arroz con un poco de salsa picante, pues no. Nos vamos a aventurar, café con leche y unas tostadas con mantequilla y mermelada. El camarero tras un buen rato hasta que nos enteramos, nos lo trajo. Lo siento (pienso yo), no estamos en España, con lo que este será el café con leche y algo parecido a unas tostadas, todo frío. Los nepalíes, al igual que otros muchos pueblos del mundo, comen con la mano, con su sabroso Dal bhat (recordemos arroz con sopa de lentejas, mezcla de pollo con verduras y varias salsas picantes de estas que tienes que buscar desesperadamente un buen chorro de agua) y además son casi las diez de la mañana. ¡Vaya estómago! Todo es cuestión de cultura y costumbres.

Nos ponemos en marcha de nuevo, y el autobús arranca. Junto a mi asiento iba una abuelita, de estas abuelitas auténticas de Nepal, como las que encontramos todavía en muchos pueblos de España. Congenié con ella y la plasmé en mi retina, recordándome siempre ese tramo del viaje.
El paisaje es espectacular. Verde, montañas y más montañas y más verde. Las curvas  se hacen interminables. Hay que subir y bajar siempre más montañas. Los ríos van cargados de agua (recuerdo que estamos en época de lluvia, del monzón) y bajan una velocidad de vértigo.


Empiezo a ver algo con lo que siempre había soñado de Nepal, las verticales terrazas de arroz  ubicadas en las laderas de las montañas. ¡Qué país más alucinante!
 

De vez en cuando quiero dar una cabezada, pero la inquietud por no perderme el paisaje y los bruscos frenazos del autobús lo hacen una misión imposible. Tras mucho traqueteo, baches y más de un susto, sobre las cuatro de la tarde llegamos a Pokkara.



Nos recogió un taxi y nos acercó hacia nuestro hotel, el Trekkers In, un buen hotel ubicado a muy pocos metros del lago. El personal muy simpático y atento en todo momento. Buena limpieza, y la habitación con unos grandes ventanales. Buen acierto.
 

Pokhara, a orillas del enorme y bello lago Fewa, Lugar en donde los años setenta fue destino de hippies occidentales. Por su belleza, tranquilidad y exotismo eligieron este  espectacular  enclave.  Además  es el lugar de donde se parte para realizar todas las expediciones hacia el Himalaya. Igualmente es un lugar ideal para descansar tras finalizar esas agotadoras jornadas de trekking.
 

Dejamos nuestras cosas en el hotel y rápidamente nos trasladamos a orillas del lago. Es tarde, con lo que, lo primero que hacemos es comer en uno de los restaurantes que había cerca del hotel, era una pizzería, tardaron, pero estaba buena.


Una vez finalizado empezamos a pasear por la orilla del lago en plan muy tranquilo y disfrutando del entorno. Lo hacemos siempre dirección norte, que es la parte más bonita. Un embarcadero nos da la posibilidad de alquilar una barca y navegar por el lago. Nosotros preferimos pasear.



Sin lugar a dudas, la zona del lago es eminentemente turístico, quizás el mayor de todo Nepal. Muchos hoteles, restaurantes y tiendas de suvenir.
Me imagino como hubiera estado esto de turistas si no hubiera pasado lo del terremoto. Incluso aun así, aquí si vemos algunos extranjeros, sobre todo muy jovenes, muchos de ellos con pinta hippie.
 


En nuestro paseo por el lago hacemos una pequeña parada en una agradable terraza con ambiente musical. Un lugar tranquilo, en plan guiri, con vistas al lago. Dos cafés pedimos, ¡cómo se nota que por aquí vienen muchos turistas! Buen café.
 

Seguimos paseando por la orilla del lago. Varios chiringuitos con música en directo nos vamos encontrando a nuestro paso. Es una zona para jóvenes, jóvenes occidentales algo hippies que andan descalzos e incluso viste con prendas desaliñadas y algo descuidadas.





Por otra parte y mezclados con estos, la gente de la ciudad pasea también por el lugar dándole si cabe más colorido a este entorno. Estamos casi al final del lago, en donde aparece de nuevo la carretera. Hacemos una parada para intercambiar algunas palabras con algunas de las mujeres, si nos entendemos claro.

  
Son simpáticas a rabiar, siempre con una sonrisa en la boca. Están acostumbrada al turismo, con lo que en más de una ocasión te encuentras que detrás de la sonrisa está el ofrecimiento para comprarle algún abalorio.
 


Intento hacerme una idea de cómo sería este lugar por aquellos años setenta, sin turismo. La gente local extrañada de ver a esos grupos de hippies y de aventureros. Hoy, el turismo ha invadido a este lugar, pero sin lugar a dudas lo que no ha cambiado es su entorno, su paisaje y el majestuoso lago Fewa. Una frondosa arboleda con un color verde intenso rodea a todo el lago. Mires a donde mires te quedas maravillado de este entorno natural. Cayendo la tarde, el cielo empieza a encapotarse. Los montes se reflejan en las aguas cristalinas del lago. A lo lejos vemos otro grupo de mujeres con sus indumentarias de colores llamativos.
Por otra parte, muchos aprovechan la caída de la tarde para situarse en la orilla del lago y lanzar su sedal por si con un poco de suerte algún pez pica. Con este bochorno, un grupo de fúfalos aprovechan para refrescarse en las aguas del lago.
 

Nos vamos retirando del lago, y por uno de los callejones laterales nos trasladamos hasta la calle principal, en donde se encuentran muchas tiendas de suvenir.



Una vendedora ambulante se acerca hacia nosotros para vendernos alguna piña. Va cargada, muy cargada, con un cesto de mimbre que lleva sujeto por la frente. Nos tenemos que detener y ayudarla. Rápidamente descuelga su enorme cesto, y nos dice que cuantas piñas queremos.
    


Una,  solamente una, nos la deja por 150 rupias, un precio caro, pero no nos importa no le vamos a regatear. ¿Cuántas piñas puede vender? ¿Cuánto tendrá que andar para vender ese cesto completo? La muchacha nos lleva hacia el interior de un portal (no entendemos el motivo, quizás para que nadie la vea que está vendiendo, cosa raro en Nepal), nos la pela y nos la guarda en una bolsa. Antes nos la da para probar, pero francamente, viendo las condiciones higiénicas del lugar y del contexto, preferimos comerla cuando llegásemos al hotel.
 

Son casi las 19,30, hora de comer. Buscamos algún sitio que nos pueda convencer. Increíble, estamos viendo un cartel grandote en la puerta de un restaurante-chiringuito que pone “bueno, bonito y barato”. Nos llamó la atención, así que le preguntamos, de donde había sacado ese cartel. Nos contestó que hace ya algún tiempo unos españoles le sugirieron que lo escribiera. Pues nada más que por eso, este sería nuestro lugar donde comer. Muy barato, comimos pagando cada uno 200 rupias. El bar es muy pequeñito, solamente cuatro o cinco mesas, prácticamente está en la calle. El baño junto a la cocina, es muy rudimentario, un chorro de agua y poco más. La cocina con cuatro paredes muy estrechas. Ahí está el padre de la chica (la que nos atendió en un inglés bastante fluido) preparándonos la comida: dos sopas, una musaka y un sándwich nepalí y la consabida  botella de agua. En la cocina una simple bombilla  tenía que iluminar a tan deseoso ¿manjar? En Nepal es normal que cada poco tiempo la luz se va, los cortes de corriente eléctrica son muy habituales. Y como no podía ser menos también sucedido aquí.
Aquellas nubes que horas atrás estaban ennegreciendo el cielo, empezaron a descargar, así que como pudimos y haciendo varias paradas en las tiendas de suvenir poco a poco conseguimos llegar al hotel. Empapados, sí, pero llegamos.


Día 5. Pokhara-Nayapul-Tikhedhunga
(Inicio trekking)

 

A las 6,30 ya estábamos desayunando, el típico desayuno nepalí, y a las 7,30 habíamos quedado con nuestro porteador, nuestro guía Shishir, el conductor y nosotros dos. Partimos con dirección hacia las montañas del Himalaya, a Nayapul, a unos 40 km de Pokhara tardando una hora aproximadamente en llegar.
Al salir de Pokhara ya pudimos ver uno de los picos ocho miles de Nepal, el Anapurna con 8091 m de altura, ligeramente oculto entre las nubes.
La carretera poco a poco va cogiendo altura y allá abajo podemos ver a Pokhara con su inmenso lago.





La carretera en muchos tramos desaparece y se convierte en una pista repleta de baches. Los adelantamientos son suicidas, a pesar de que nuestro conductor está acostumbrado a estas carreteras, de vez en cuando damos todos un sobresalto.
  



En Nayapul iniciáremos nuestro trekking de cuatros días, en donde andaremos unos 50 km, unas 22 horas de pateo, y un desnivel de subida de unos 2700 metros, y otros tantos de bajada. Podremos disfrutar de excelentes vistas de varios picos del Himalaya como: el Anapurna (8091 m), Dhaulaguiri (8167 m) y otros como el Anapurna sur (7219 m), el Fishtail (6993 m) siendo esta una cumbre sagrada para los nepalíes y que no se puede ascender, el Himchuli (6441 m) y el Nilgiri (7061 m). Nos adentraremos por frondosos y húmedos bosques de rododendros, conviviremos de cerca con gente local de la zona, comeremos y prepararemos la comida con ellos…y todo esto ha sido posible porque en la ruta estábamos nosotros solos, nos hemos hospedados nosotros solos y hemos tenido la gran suerte de disfrutar en libertad nosotros solos.
Pero, también por momentos hemos sufrido lo nuestro. Las sanguijuelas han sido nuestra gran pesadilla, estaban por todas partes, nos agobiaban a montones en ruta, sobre todo por los bosques húmedos. En la cama, en el baño…soñábamos con ellas. También hemos tenido que sufrir horas de caminata en fuertes subidas bajo trombas de agua monzónica. Cortes de luz, aventurarnos con el agua que bebíamos, una comida local manufacturada al igual que hace siglos, ducharnos con agua fría o no ducharnos, lavarnos con un barreño y un jarro, no respirar en muchas ocasiones para no ser invadido por los malos olores de algunos baños, hacer nuestras necesidades a veces como juegos malabares…pero sin lugar a dudas compensa todo esto. Su gente es fantástica, amable, simpática…y un paisaje de ensueño. Esto es Nepal y estamos en el Himalaya.
 

Nayapul (1025 m snm)-Tikhendunga: (1577 m snm), 550 metros de desnivel, 10 km, 5 horas (en plan muy tranquilo y disfrutando del paisaje y su gente).




Nayapul, son de esos lugares que si no fuera porque es el inicio del trekking, nadie lo pisaría. Pero son esos lugares que mantienen su autenticidad, sin contaminación turística, en donde todos los personajes trabajan con sus labores diarias, los niños juegan al aire libre, con imaginación y sin importarle el valor del juguete.
 





Las calles, en muchos de sus tramos como en medio del campo, sin asfaltar, con montoneras de piedras, de enseres. Es algo normal, la gente no le presta atención a esos detalles, lo que importa es el ritmo diario para llevar comida a sus casas. Algunos tenderetes se afaman para vender algo a los trekkers: algún suvenir, algo de bebida o comida para el trekking, cualquier cosa vale para llevar unas rupias a sus hogares.
A la salida del pueblo tenemos nuestro primer control, en el que hay que presentar nuestros permisos y reserva con el correspondiente pago, para iniciar el trekking. En ese documento tiene que constar la ruta a realizar, duración, cantidad de personas con sus datos personales y nacionalidad. Shishir ya se había encargado de realizar los correspondientes permisos. Es imposible iniciar el trekking sin haber realizado estos trámites.





A la salida del pueblo tendremos que avanzar por un pequeño sendero, en donde muchas veces la malesa parece invadirnos. Algunos críos salen a nuestro encuentro para con sus manos saludarnos, otros trabajan junto con sus padres en sus humildes casas (algunas simplemente parcen cabañas).
  


Un fuerte ruido nos indica que estamos cerca del río. El agua corre velozmente proveniente de aquellas altas montañas del Himalaya. Un puente colgante, tipo tibetano, y nunca mejor dicho, tendrremos que atravesar. Se balalancea un poco, tiene su longitud, con lo que aprovechamos para inmortalizar el momento.




Tras poco más de media hora andando por una pista junto al río Modi llegamos a Birethani, una pequeña aldea en donde tenemos que presentar de nuevo nuestras correspondientes acreditaciones. La entrada a la misma la haremos a través de puente de hierro decorado con cientos de banderitas con los seis colores típicos de los nepalíes (deseo de buena suerte, salud…la bienvenida al inicio del trekking)
 


Saliendo de la aldea, empezamos con una fuerte subida en donde allá abajo vamos dejando el caudaloso río y empezamos a ver algunas verticales cascadas.
Por fin, ya entramos en la zona protegida, Parque Nacional del Anapurna. A partir de aquí se pueden realizar distintos trekking que pueden ir desde un par de días hasta tres semanas (para ascender al Anapurna). Nosotros con este de cuatro días nos daremos por satisfecho.




Tras la fuerte subida, haremos un pequeño descanso para que nuestro porteador respire y porque no, también nosotros.
Al poco abandonaremos la pista, y por unos senderos pasaremos junto algunas casas aisladas de gran belleza, y al igual, tendremos que cruzar por otros puentes colgantes.




Según vamos andando, Rosa pega un grito. Algo tengo en la pierna que me está picando, dice de forma angustiada. Me va corriendo por la pierna, repite de forma alarmada. Hacemos una parada y se quita los pantalones. Aparentemente no vemos nada por su interior, posiblemente sería una araña, pero para estar más seguro se cambia de pantalones.





En algunas zonas, la frondosidad parece comernos el terreno según avanzamos. Posiblemente en algunos de estos tramos le haya saltado la araña (o lo que fuera) a Rosa.
Empezamos a ver las típicas plantaciones de arroz ubicadas en verticales terrazas. Junto a ellas, algún grupo de casas y que para llegar a ellas hay que atravesar el río, de nuevo por esos largos puentes colgantes.



Es posible que por ser el primer día, y no haber visto nunca este tipo de paisaje, lo estoy disfrutando por segundos. Sus puentes, sus casas, sus plantaciones…





A nuestro paso junto al río ya vemos algunos de los lodges (casas donde dormir con infraestructuras básicas y repartidas por estos paisajes) y que serán igualmente nuestros alojamientos en los próximos días.



Cuantas imágenes tenía guardadas en mi mente de tantos reportajes que había visto sobre este país. Ahora lo estaba viviendo y disfrutando en primera persona. ¡Qué importante es soñar, y esos sueños se hagan realidad! Esto es justamente lo que está sucediendo ahora.




Tras otro buen rato andando y con algunas subidas y bajadas, llegamos a otro logde, en el que los campesinos estaban trabajando todos en sus plantaciones de arroz. Hacemos un alto, y aquí sentado bajo una pequeña techumbre tomamos unos refrescos.
Allá abajo, los bueyes son tirados por su dueño, mientras que las mujeres arrancan las ramillas de arroz.
Estas terrazas forman parte de cientos de hectáreas repartidas por las laderas de las montañas y que han sido moldeado año tras año y todas a mano y de forma totalmente artesanal.
 




Plantaciones de arroz en Sudame


 Recolección igual que hace siglos



 Buey de labranza preparando el terreno




Según andamos, no dejamos de escuchar un constante ruido parecido al de las chicharras cuando hace mucho calor. Le pregunto a Shishir que son, él me contesta un nombre raro que hasta este momento no sé a qué se refería. Hace calor, mucho calor, es un calor húmedo que se pega al cuerpo. De vez en cuando nos cruzamos con algún campesino que con sus aperos viene o va a trabajar al campo.




Aquí el mejor y único transporte para acarrear materiales, comida, butano de gas…son las mulas. Estamos en el último tramo de nuestra ruta de hoy y para finalizar nos espera una prolongada y empinada cuesta a base de escalones. Nos tenemos que apartar un poco, ya que un buen número de burros están pasando en ese momento. 


  
Ya hemos llegado a Tikhendunga, serían en torno a las 14 horas, justo la hora de la comida, pero antes nos muestran nuestra habitación. Nos hospedamos en el Lodge laxmi guest house.



Una modesta habitación, con unos grandes ventanales y unas fantásticas vistas. Nos muestran el ¿baño?, es lo que hay. La luz no funciona, con lo que encendemos una pequeña vela que hay en una repisa, y ala a ducharnos como podamos.
Bajamos a comer. Estamos solos en el lodge, nosotros cuatro, el matrimonio que lo regenta y su hijo, un simpático chaval de unos siete años y que siempre está correteando, con los animales o enchufado a la tele.




¿Que tenemos para comer?, casi lo de siempre. ¡Ea! Pues vamos a repetir, cuatro Dal Bhat, eso comeremos en este acogedor saloncito, el cual está lleno de banderitas, símbolos, pegatinas montañeras y de alguna que otra expedición.




Es temprano, así que vamos a descansar un poco, después daremos un paseo por la aldea y a las siete hemos quedado de nuevo para cenar.
Pasado el lodge un puente colgante nos lleva hacia la otra parte de la aldea. Abajo, dejamos una buena altura y una imponente cascada. Es un bonito lugar.



Callejeamos un poco entre las casas y algunos senderillos. Este lugar está encajonado entre una frondosa vegetación y enclavado entre grandes paredes, salvando el desnivel del río.


Son las siete, hora de comer, volvemos a nuestro lodge y allí miramos que podemos comer. Mo-mo, esos ricos raviolis rellenos de verdura con pollo y una torta de patata gratinada. Nos adentramos en la cocina y vemos como preparan los mo-mos, él se afama con la torta de harina mientras que ella va rayando el queso de yak.


Entretanto ellos preparan la comida nosotros nos reunimos en su morada (esta es la ventaja de que no haya más viajeros, el acercamiento es total).
El crío no suelta el mando de la tele ni a la de tres, todos están embobados viendo una película nepalí, mientras que el buen olor de la cocina llega hacia nosotros.

  Buena comida, una buena cerveza y a dormir. Sobre las nueve cortan la luz y la obscuridad se adueñará de todo este lugar. Ya de madrugada escuchamos fuertes tormentas que no dejan de descargar trombas y trombas de agua. Si hay que levantarse a media noche para el servicio, ya sabemos: intuición y dirección del olor. 

Día 6. Tikhedhunga-Ghorepani

CONTINUA EN PARTE (IV)