lunes, 7 de septiembre de 2015

Viaje a Nepal, via Qatar (Julio/15) parte (V)


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 Nos da la bienvenida una simpatiquísima muchacha, no deja de reír. Cada vez que se dirige a nosotros lo hace con una sonrisa en la cara. Nos ofrece un té calentito para que vayamos entrando en calor y al poco nos dice que es lo que queremos para comer. El lugar es mágico, inmerso en pleno bosque. Con esta lluvia da ganas de quedarse aquí.


Nos invita a entrar en la cocina y ver como prepara los mo-mos, las  sopas de ajo y los espaguetis que hemos pedido. Ella cocina, prepara los raviolis relleno de verduras y pollo y sigue riéndose. No se va su sonrisa de la cara.


Entre tanto, en el comedor, viene la abuela con una cría y encienden la tele. Solo ellos y nosotros bien abrigados. La humedad parece que se ha impregnado en nuestros cuerpos.
A comer se ha dicho. ¡Qué rico! Recién hecho y de forma casera. Desde el interior del comedor y mirando tras los cristales, la lluvia sigue cayendo con intensidad. Mientras como, me quedo embobado viendo como una gigante araña ha atrapado a una mariposa y que poco a poco va liando con sus finas hebras de tela.
Qué lugar, que silencio, que ubicación tan perfecta en medio de la nada…y ella (la muchacha) de vez en cuando viene hacia nosotros, con su amplia sonrisa en la cara, nos ofrece algún té o alguna taza de café.


Sobre las 14:00 horas nos pusimos en marcha de nuevo. Ahora sí que llovía bastante, nos teníamos que abrigar bien. El cielo estaba totalmente cubierto, así que esto es lo que nos tocaría padecer durante la próxima hora y media que todavía nos quedaba por andar hasta llegar a tadapani.
Las subidas y bajadas eran constantes para salvar desniveles del bosque. El barrizal estaba presente a cada paso que damos, pero sobre todo el último tramo fue el peor.
Empezamos a bajar y bajar y bajar hasta el nivel de un riachuelo, una vez atravesado había que subir, subir y subir. Los escalones por los que ascendíamos estaban anegados, parece que avanzábamos por medio del riachuelo.


Por fin llegamos, las 15:30 horas. Íbamos reventados, empapados y con ganas de coger un baño y la cama. ¿Baño, que baño?, ni que estuviéramos en el Caribe.



Nos dieron una habitación en la planta primera. Estaban todas repartidas a través de un pasillo con vistas hacia el exterior. Empezamos a cambiarnos de ropa y colgar todas aquellas prendas que iban mojadas.
Pregunté dónde estaba el baño, estaba deseando de coger el agua y bañarme, pero ¿Cómo, dónde?
Lo primero que tuve que hacer fue decirle que quería el agua caliente. Calentaron un una inmensa olla de agua y me la vertieron en un barreño. La baje, atravesé un patio embarrado bajo la lluvia y por fin llegué al baño. Entré como pude y con un jarro fui mezclando el agua caliente con el agua fría. ¿Y la ropa? Al suelo, no hay donde colgar nada. Tras algunos juegos malabares con la ropa, jabones y el agua que nunca encontraba su punto medio, por fin partí hacia la habitación. Rosa ya se había quedado dormida, así que baje para reunirme con Shishir y nuestro porteador.
Estuve un poco con ellos, leyendo y escribiendo pero el sueño me estaba venciendo así que subí a la habitación a descansar algo. Al rato, de forma insistente Shishir llamó a la puerta gritando ¡Antonio, Antonio!, me levanté sobresaltado. ¡Qué pasa, que pasa! Venid rápidamente, mirad que vistas del Anapurna Sur y otros tanto.


¡Guau! Espectacular. Que vistas. Las cumbres destacaban a la perfección. El Fishtail (6993 m), el Hinchuli (6441 m) y el Anapurna sur (7219 m).


Incluso las muchachas que estaban acarreando piedras, hicieron una pausa, sacaron sus móviles y empezaron a fotografiar tan espectacular vista. Desde nuestra habitación el paisaje que podíamos divisar era dantesco. A los poco minutos las nubes se empezaron a concentrar sobre esas altas cumbres nevadas y el panorama desapareció.

Entramos hacia el interior del saloncito y todos sentados alrededor de una calefacción bastante casera nos pusimos a charlar, y a compartir los momentos vividos en el día de hoy.


La tarde avanzaba, y poco a poco toda la familia y amigos, que habían estado acarreando piedras (con unos sacos atados a su frente) durante todo el día, empezaron a llegar. Los más jóvenes, como en todas partes del mundo, con los móviles en sus manos. Los mayores charlando de sus cosas.
Era una gran familia extensa, ellos todos compartieron una gran mesa en el interior de la cocina. Nosotros comimos junto a la chimenea. Creo recordar que pedimos unas sopas, algo de pollo y unas ensaladas.
Poco después de las 21:00 horas el cansancio ya lo íbamos notando en nuestros cuerpos, además aquí al igual que en otras partes de Nepal, a partir de las diez de la noche la electricidad queda cortada. Aprovechamos antes en dejar todo preparado, hacer lo que tuviéramos que hacer en los servicios (auténticos toilettes, al igual que siglos atrás y con peculiar olor incorporado) y ya en la cama caímos rendido. Y además, queridos lectores, tengo una buena noticia, no hay sanguijuelas, o por lo menos nosotros no las hemos visto.


Día 8. Tadapani-Nayapul (fin trekking)-Pokhara




Una vez desayunados, a las 7:30 horas partimos hacia Nayapul. Por cierto, cuando nos despedimos de toda la familia, estaba allí nuestra amiga, la simpática, seguía con su sonrisa en la cara. Desde aquella terraza, en la que empezamos a bajar, las nubes todavía invadían parte del bosque. Allá vamos.
Tadapani (2710 m snm)-Nayapul (1025 m snm), desnivel de bajada 1700 m, 15 km, 7 horas de trayecto (con hora y media de comida).
Ahora sí, será toda la ruta descendiendo hasta Nayapul, nada de subida. Según abandonamos Tadapani, vemos a todos los muchachos y mayores acarreando grandes losas de piedra, con los peculiares sacos atados a la frente. Ellos si van cuesta arriba.
De nuevo nos adentramos en el frondoso bosque de rododendros y robles.



Por lo menos ahora no llueve. El cielo está despejado y bastante azul. Además, al ser cuesta abajo vamos bastante más relajado. Lo de ayer fue una verdadera pesadilla.
Aunque eso sí, las sanguijuelas seguían siendo nuestras inseparables compañeras de viaje.





El bosque sigue siendo espectacular. Más cascadas, rododendros gigantes, vegetación enteramente tropical. De muchos árboles cuelgan las lianas y líquenes al igual que si estuviéramos en una selva.





Los arroyos arrastran las aguas  velozmente junto a nosotros, imposible competir con ellas. Decenas de escalones junto a senderos embarrados serán nuestros aliados por donde tendremos que pisar.

 Seguimos hacia abajo y el bosque nos sigue enamorando. ¡Tanta vegetación! Este intenso color verde nos ha hipnotizado. Según avanzamos vemos algunos monos que se cruzan de árbol en árbol y algún que otro bicho que se escabulla bajo la hojalastra.





Las fúfalas se cruzan en nuestro camino, pero a ellas parece esto no molestar. Tras algo más de dos horas de sendero por el frondoso bosque empezamos a salir del mismo.
A cielo abierto, allá abajo vemos algunos poblados y muy a lo lejos, cubiertas por nubes las montañas más altas.
En nuestra bajada intento averiguar cuantos escalones habremos bajado y subido en todos estos días. Miles, quizás más de cinco mil, seis mil…ya son escalones ¡Para que nos quejemos cuando tenemos que subir a una vivienda que no tiene ascensor!





Ya estamos en las inmediaciones de Ghandruk. En este mirador, teóricamente con zona wi-fi, hacemos otro descanso para estirar las piernas y disfrutar de las vistas.
 



Un poco más abajo el pueblo de Ghandruk (1939 m), bastante grande y extendido a través de la ladera de la montaña.
Aquí ya vemos muchos nativos que suben y bajan por estas interminables escaleras,casi todos van cargados, algunos acompañando a un grupo de mulas.




Desde aquí parten muchos itinerarios hacia el interior del pico Anapurna, y otras tantas rutas de alta montaña. Lo que más me sorprende de este lugar es que no llega carretera, esto quiere decir que todas las construcciones que aquí hay, y son bastantes: casas, restaurantes, grandes hoteles… se han ido construyendo a base de transportar con cientos de mulas hacia arriba y hacia abajo,  todos los materiales.





Francamente no dejo de estar sorprendido, de qué forma se ha tenido que trabajar aquí.
En nuestra prolongada bajada, los crios se acercan a nosotros, y con una infinita sonrisa nos saludan con las manos, incluso los más atrevidos nos preguntan cosillas en frases más que machacadas en inglés.



Quiero recordar que esto es una zona muy transitada por los extranjeros (de todas las nacionalidades) en los distintos trekking que se realizan. Pero como ya comenté en varias ocasiones, nosotros la estamos disfrutando totalmente solos.



Abandonamos las grandes pendientes de Ghanduk y nos dirigimos hacia la aldea de kimche. En este lugar es donde llega una pista de tierra. De hecho cuando llegamos vimos varias familias que se estaban montando en varios vehículos, posiblemente para trasladarlas hacia lugares más habitados



Seguimos bajando por interminables escalones. En unos de los descansillos vamos a parar a una casa, en la que una señora con su crío tiene un tenderete de figuritas y típicos regalos nepalís. Hacemos una parada para regatear un poco. Yo estaba interesado en un par de budas, cada uno me lo dejaba por 900 rupias. Claro, esto es lo que ella me pide, ahora está mi contraoferta. Al final regateando, regateando,  baje el precio. Le dije por los dos 800 rupias. Estaba rozando el límite de precio con lo que llamó a su marido por teléfono y le consultó. Hecho, la sorpresa de ella fue cuando después de regatear le di 200 rupias para el crío que llevaba en sus brazos.





A partir de aquí, fui disfrutando con todas aquellas imágenes que tanto había visto en reportajes sobre Nepal, las terrazas de plantaciones de arroz, encaramadas en pequeños saltos y repartidas por las laderas de las montañas.




Mi cámara no dejaba de plasmar tan bellas imágenes, aunque entiendo y reconozco que es duro. Nosotros estamos de paso, pero para ellos, este severo trabajo es su sustento. Aunque por otra parte es una realidad vista tras el objetivo de una cámara, y es lo que intento plasmar, las realidades de los pueblos.




En algunas de las casas (de campesinos) por las que vamos pasando, se percibe una cierta pobreza. Los críos andan descalzos y correteando en medio de las bestias. Algunos de ellos van medio vestir. Se ve que aquí las lavadoras no existen, y sus ropas muy de vez en cuando tienen que ver el agua. Es una vida dura, de trabajo riguroso desde el amanecer hasta que caen los últimos rayos de sol.



Estas terrazas de arroz, aparentemente interminables, embellecen el paisaje de las montañas bajas de Nepal. Este tipo de estructuras creadas por el hombre, y en lugares difíciles de cultivar, por los grandes desniveles, han sido declaradas como Patrimonio de la Humanidad en territorios ubicados en  China y  filipinas.






Sobre las 12:30 llegamos a la localidad de Seulibazar (1638 m). Aquí paramos a comer en uno de los restaurantes que hay a la entrada del mismo y situada justo al lado de la pista por la que después nos marcharemos.




Parece increíble donde están ubicados. En la misma ladera, y con unos largos pilares que desde el vacío se anclan en el suelo.
Tomamos un par de sopas, dos platos de rollos con verduras y tras un rato de charla y de relax a las 14:00 horas reanudamos nuestra marcha. Según salimos, empieza a llover y así todo el tiempo durante las dos horas de trayecto que todavía nos faltaba por llegar a Nayapul.
El camino es cómodo, iremos todo el tiempo por una pista ancha junto al río Modi.
Esta lluvia hace que el paisaje aún gane en belleza. Todo verde, muy verde. Los montes están atiborrados de árboles con mucha vida. Algunas terrazas siguen apareciendo por el paisaje…

El río con fuerza, lanza sus aguas vertiente abajo. Parece que las altas montañas escupen sus nieves derritiéndolas en su camino. La lluvia parece cooperar en este plan, para crear una estampa de ensueño.

A las 16 horas tal como teníamos previsto llegamos a Nayapul. Allí nos estaba esperando nuestro conductor y que ya nos llevaría directamente hasta Pokhara por aquella carretera plagada de baches.
A nuestro hotel (el mismo en el que ya estuvimos) llegamos hora y media después. Con Shishir y el porteador quedamos a las 19:30 para salir a cenar, invitarlos y celebrar nuestro fin del trekking.
Ahora solo podíamos hacer una cosa: una buena ducha, organizar toda la ropa que llevamos mojadas, un descanso y a cenar.


Por sugerencia de Shishir nos fuimos a la pizzería que hay cerca del hotel, junto al lago. Por fin…hoy no había arroz. Echamos un buen rato recordando algunas de las anécdotas del trelkking y agradeciéndole por tan estupenda ruta.




Día 9. Pokhara



CONTINUA EN PARTE (VI)